Devotos políticos

 

La regresión de la ‘izquierda’ sectaria a la más oscura involución de la última y decadente República que sólo aportó la división, con resultado trágico de una guerra civil cuyas heridas, lamentablemente, continúan sangrando en nuestros días, nos brinda, desde hace unos años –época ‘zapateril’– disparatadas situaciones.

En la localidad valenciana de Puçol, recientemente se ha celebrado la tradicional procesión de la Mare de Déu al Peu de la Creu, a la que fueron invitados, entre otros, los concejales del grupo Popular, invitación que aceptaron de buen gusto los ediles, correctamente vestidos, pero sin exhibir banda, fajín o insignia que oficialmente les identificara como representantes electos del Cabildo.

 

El alcalde, Enric Esteve, de Compromís, que debe ser un severo necio, los abucheó e insultó durante el recorrido procesional y, en un posterior pleno en casa consistorial, los amenazó con privarlos de sus retribuciones si volvían a asistir a actos religiosos similares. Las retribuciones de los concejales son modestas y en función de asistencia a plenos y comisiones. El alcalde Esteve, que debería visitar de urgencia antes de que sea más tarde a un psiquiatra cualificado, en plenaria sesión comparó a los populares con Franco, haciendo alusiones al palio y al Nodo y apostilló, incoherentemente, el epitafio libertario teológico: «Se debería de volver a crear el mundo para que ustedes purgaran todos los pecados que han cometido».

 

Hubo una época en la Diputación de Granada que los diputados provinciales del equipo de gobierno cobraban dietas por ir ‘piadosamente’ a procesiones o asistir a funerales. Cuando yo tuve conocimiento del sobresueldo que recibían no solo fui cauto, benévolo y comprensivo con sus señorías, sencillamente porque un agnóstico, apóstata o ateo que tenga que soportar un recorrido a paso lento durante cinco horas tiene mucho mérito y no está pagado con nada. No es el caso de los devotos políticos, que no sólo no cobraban sino que les costaba el dinero porque de su peculio se compraban el chaqué reglamentario que marca el protocolo en estas instituciones.

 

Creo que, en alguna ocasión comenté en este querido periódico que José Miguel Castillo Higueras, procedente del Partido Comunista, como concejal del Ayuntamiento de Granada en los prolegómenos de la recuperación democrática obligaba a toda la Corporación a participar, disciplinadamente, en los actos cívicos-religiosos, que configuran una inmemorial tradición debidamente uniformados e incluso se inventó –como tantas otras cosas– el collar del regidor que a la sazón, originariamente, lució Antonio Jara. Era, intelectualmente, otra izquierda.

 

Pues bien, ante la cretinez de algunos especímenes, me gusta la corrección y el buen estilo de Francisco Cuenca, el actual alcalde de la ciudad que preside a la Corporación local en diversos acontecimientos ciudadanos con la dignidad que Granada se merece, al margen de ideologías. Afortunadamente, sin prejuicios ni complejos, confía en el magnífico equipo humano de mujeres y hombres que tienen la responsabilidad y el mayor celo profesional de conservar y hacer cumplir las normas de un protocolo que deberían asumir ‘todos y todas’, ‘miembros y miembras’ del Concejo, o renunciar a concurrir a determinados actos –como hace el tarugo del alcalde de Compromís– sin el debido decoro ético.