En Granada no es fácil llevar a cabo un proyecto, si es que al final se culmina, que no esté exento de polémica. Despertamos la memoria y nos acordamos del innecesario corte de árboles para la reforma de la denominada avenida Calvo Sotelo, donde el moderno feminismo de la época llegó a encadenarse a los centenarios plátanos de sombra que se alineaban por el romántico paseo, en actitud de protesta. El problema estético medioambiental no sólo fue la desafortunada tala arbórea, también nos quitaron los amarillos tranvías con trole para que circularan, con desahogo, los automovilistas. Pero los automovilistas y motociclistas fueron creciendo como hongos y, en la actualidad, se evidencia que el remedio fue peor que la enfermedad.
En la plaza de Isabel la Católica, a espaldas del monumento de Mariano Benlliure, se alzó, por tolerancia de la municipalidad, un edificio de la escolástica arquitectura de la progresía acristalada, que reflejó el rechazo de la gran mayoría de los ciudadanos y que aún hoy nos produce a los no acostumbrados viandantes efectos ópticos indeseables.
Pero Granada es así. ¿Cuántos años fue discutido y debatido el proyecto del nuevo edificio del Rey Chico, tan ignorado por la generalidad en nuestros días? Qué ocurrencia hacer un aparcamiento subterráneo en la avenida de la Constitución. Cavando, cavando salieron piedras de la vieja plaza de toros. Aquellas piedras, de nulo valor arqueológico, paralizaron las obras largo tiempo y el empresario y los ciudadanos tuvimos que hacer frente, con nuestro dinero, al absurdo capricho de los técnicos de Cultura. Y ahí están las piedrecitas, colocadas y ordenadas en cajas como las anchoas, en salmuera política, pero enterradas en la indiferencia.
Polémica fue la colocación del caballo del Ayuntamiento, obra de Pérez Villalta, que recreó en bronce el extraordinario escultor Ramiro Mejías. Hubo manifestaciones en la plaza del Carmen, recogida de firmas y campañas en los medios de comunicación por la decisión, sin consenso, del consistorio. El entonces alcalde socialista, José Moratalla, con sentido del humor manifestó que la escultura ecuestre estaba sujeta con cuatro tornillos y que si, en su día, le sustituía en el cargo un alcalde de otro signo político y no le gustaba la obra lo tenía fácil: simplemente podía ordenar aflojar los tornillos.
El AVE –’Chapeau’ por el ministro Rafael Catalá, que ha conseguido desbloquear el problema ‘técnico’– el metro, el edificio del antiguo Banco de España, los accesos a la Alhambra desde la ciudad, la nueva estación del ferrocarril, la LAC, el Centro Lorca, el proyecto del Atrio de la Alhambra… el Botellódromo…
La más reciente polémica la han suscitado, desde Sevilla, los responsables de la sanidad con la puesta en marcha de una serie de medidas que están produciendo una reordenación de los centros hospitalarios. Esa reordenación no gusta a la gran mayoría de médicos, personal sanitario y ciudadanos y así se viene expresando, desde hace tiempo, a la consejería competente. Pero los políticos, salvo excepciones, suelen desoír lo que no quieren escuchar y andar solos el camino aunque el camino se acabe. Más polémicas que es la guerra.