Bob Dylan. La mala educación

Lo de Bob Dylan, el último ‘microsurco’ del desprecio arrogante a la Academia Sueca que, en esta ocasión ha metido la pata, ridículamente, otorgándole al mediocre cantautor el Premio Nobel de Literatura es uno de los asuntos más comentados internacionalmente. ¿Un tic snob de la Academia?

La jefa de relaciones públicas de la Fundación Nobel ha informado que el vetusto cantante tiene «otros compromisos» y que no asistirá al solemne acto de entrega del galardón pero que «no es excluyente» que le ingresen como Sinuhé el egipcio, en su cuenta corriente –que debe ser abultadamente poco corriente– los pertinentes dólares. Me importa un bledo la cuantía que recibirá este personaje que chulea el ego con tan ineducada displicencia, pero su actitud, irreverente, es de una altanería  supina.

Éste individuo, aunque parezca mentira, tiene el Pulitzer, el Príncipe de Asturias de las Artes… y ahora la Academia Sueca valora la ‘autoridad’ literaria del cantautor americano que ha permanecido insolentemente mudo, tras el largo letargo –desde que se hizo pública la distinción– declarando al The Telegraph que la noticia sobre el premio Nobel le dejó «sin palabras»: «Un poema sin palabras –como escribe Byrionana– camina solo, solitario sin drama por aquel soplo de la brisa calma por un escombro de decir todo. Y no decir nada».

A mí me hubiese gustado que la academia sueca se hubiese acordado de Leonard Cohen, recientemente fallecido, que fue un poeta de poetas. Novelista y cantautor canadiense universal en el sentido más profundo del término enterrado en Montreal con un ataúd de pino, sin adornos, al lado de sus padres. A pesar de su severa seriedad teatral, su hijo ha dicho estos días, entre otras cosas, que: «Le daría las gracias a mi padre por el consuelo que me ha dado, por la sabiduría que me otorgó, por el maratón de conversaciones y por su cegador humor».

A Leonard Cohen, ciertamente, le tenemos, en estos predios, afectos y devociones por sus cercanías literarias con Federico, que vive. Pero, al margen de esa proximidad del paisanaje cultural es que está, como escritor y músico, a años luz con Dylan. Si son odiosas las comparaciones lo lamento porque así opino.

Señor alcalde de la Muy Noble, Muy Leal, Nombrada, Grande, Celebérrima, Heroica y ‘Literaria’ Ciudad de Granada, solicito, de su sensibilidad y benevolencia, la Medalla de Oro de la Ciudad a Leonard Cohen. Sería un gesto de gratitud y reconocimiento.

Él no vendrá a recoger la distinción, obviamente, ni aumentaremos su cuenta corriente, obviamente, pero se puede hacer un acto de justicia cultural, alejado de los intereses de la academia sueca o del irrisorio acuerdo al que en su día llegaron los jurados del Pulitzer y del Príncipe de Asturias premiando a un ‘impresentable’ Bob Dylan que, por cortesía, debería ir a recoger el premio a Estocolmo aunque fuese disfrazado de Bob Esponja.

Recordando a Confucio es una realidad que la naturaleza haga posible que los humanos nos parezcamos unos a otros y nos unamos pero «la educación hace que seamos diferentes y que nos alejemos».