Esta vez Francisco de Sales, el santo escritor, que creo que aún continúa siendo reconocido por los periodistas católicos como su patrono, nos ha pillado sin confesar y hemos tenido que soportar las descontroladas iras del nuevo ocupador de la Casa Blanca, cumpliendo la penitencia en silenciosa contrición. No hay precedentes, que yo sepa, de que el presidente de los EE UU, de América llame a los periodistas «los seres humanos más deshonestos del mundo».
Pero la abrupta frase no es nueva. Ya en mayo del pasado año Donald Trump, cuando tan sólo era candidato la utilizó y, prácticamente, en la vorágine de despropósitos preelectorales pasó desapercibida porque, la verdad, es que nadie apostaba ni un céntimo de dólar por el rico empresario iluminado, pero como sorpresas te da la vida, el controvertido republicano fue el ganador y a una de las dos Américas, y parte del extranjero, se le ha helado el corazón.
El caso es que Donald es el más claro ejemplo de un charlatán que suele repetir con sonsonetes mensajes huecos, alarmistas y engañosos que quizás en un momento determinado pueden calar socialmente pero como ha manifestado prudentemente el Papa, habrá que esperar los resultados de su acción porque del dicho al hecho hay mucho trecho. Aunque S.S. se manifestó así antes de las primeras medidas adoptadas, con luz y taquígrafos, en la Casa Blanca.
Jamás se puede generalizar. Nadie es buen o ni es malo hasta que no se demuestra lo contrario. Pero me circunscribo a la acusación, de gran torpeza, que el dignatario del país más democrático ha elevado ‘urbi et orbi’ pluralizando de corrupta e inmoral a la profesión periodística. Yo, y usted, conocemos a políticos que cuando se imantan en el cargo se transfiguran y su desmesurada transformación del ‘álter ego’ los vuelve insolentes, odiosos, zafios, corruptos, soberbios, inmorales, déspotas, agresivos, miserables, avariciosos, rencorosos y mentirosos, entre otras ‘virtudes’ que suelen alimentar los palmeros y ‘alzacolas’ parasitarios que les rodean como ‘gracia divina’ eterna olvidando lo finito de nuestra existencia. Reconociendo que habita, entre nosotros, este modelo de energúmeno, sensatamente, ni a usted, ni a mí, se nos ocurriría calificar a los políticos como la especie más deshonesta del mundo.
Él ‘álter ego’ hay quienes lo definen como segunda identidad, real o ficticia, que adopta alguien. Lo terrible es que algunas personas hagan de su vida una ficción permanente, convencidos de que la realidad no es ficción y persuadan, ladinamente, a los demás de su trastorno.
Lo cierto es que el primer acto de la comedia o drama emprendido por el nuevo presidente de los EE UU, de América es sencillamente preocupante, inquietante. Donald Trump estigmatizó a la CÍA y después, falazmente, visitó el centro donde trabajan con seriedad y profesionalidad mujeres y hombres de la Inteligencia que velan por la seguridad, y les dijo sin sonrojo que eran los mejores y que se sentía orgulloso de ellos. Afloró el ‘álter ego’. ¿En qué quedamos? ¿Los miembros de la CÍA son ineficaces o son ejemplares por su reconocido trabajo dentro y fuera de Norteamérica? Trump, al margen de su aspecto caricaturesco, en el despacho cada vez que coge la pluma acongoja. En la intimidad como gallo de pelea debe ser insufrible. Pero esa es una historia que la contará algún día –si la dejan– la primera dama, Melania.