Limpiabotas

Es uno de los viejos oficios que no solo no han desaparecido sino que, como en algunas ciudades, se fomentan. Es el caso de Palermo (Sicilia) –una de las regiones con más paro de Europa– cuya Confederación de Artesanos acaba de convocar un concurso para adjudicar quince limpiabotas que ocuparán diferentes lugares de la ciudad para ejercer su trabajo. Lo curioso es que a la selección han acudido mujeres y hombres, muchos de ellos universitarios, licenciados y doctores en Ciencias Políticas, Arte y Economía.

En Italia se recuerda la obra maestra de Vittorio De Sica ‘El limpiabotas’, que en los años cuarenta ganó un Óscar a la mejor película extranjera. Y otro largometraje, bastante popular en España, fue el protagonizado por Mario Moreno Cantinflas a finales de la década de los cincuenta ‘El bolero de Raquel’. En Méjico bolero es una acepción de limpiabotas. La figura del limpiabotas ha sido objeto de muchas historias literarias. Camilo José Cela, en ‘Madera de Boj’, inmortalizó como personaje a Alfonso González, que durante más de 35 años dio lustre al calzado de los viajeros que salían o llegaban al aeropuerto de Lavacolla. Personaje simpático y culto llegó a pregonar, a sus 75 años, las fiestas del Apóstol Santiago en 2011 desde el balcón del Pazo de Raxoi, en la plaza del Obraidoro.

 

Lo mismo que en distintas ciudades españolas, en Granada, tanto en cafés, locales o punto estratégicos con mayor tránsito de ciudadanos, existían numerosos ‘limpias’ que solían ser buenos profesionales. Tres plazas –Trinidad, Nueva y Mariana– concentraban el mayor número de estos modestos trabajadores, aunque no faltaba la espontánea competencia de aficionados de la anilina, la crema y el cepillo que solían abordar a la clientela, exigentemente, en cualquier esquina. Por lo general, la experiencia era nefasta y la ‘minuta’, sobre todo si la ‘víctima’ era extranjera, de juzgado de guardia.

 

No formo parte de la red clientelar de los ‘limpias’ pero soy un maniático de conservar los zapatos lustrosos por eso, desde hace hace años, tengo un kit en casa para mantener en perfecto estado de revista los ‘chapiris’, como se dice en caló, porque unos zapatos sucios suelen ser, con certeza, el espejo de bascosos y desaseados personajes.

 

En Málaga conocí no hace mucho a Javier Castaño, un betunero asturiano un tanto ‘sui géneris’ que bajo el cobijo del viejo Café Central, en la plaza de la Constitución, no solo da lustre a los zapatos y borceguíes de la leal clientela, sino que en sus ratos libres ha creado desde 2007, por amor al arte, diversas cuentas en Twitter que suele ofrecer a autoridades y organismos de diferentes ciudades del mundo, con la única finalidad de promocionar sus singularidades turísticas. Detrás de un humilde limpiabotas nos podemos encontrar con seres humanos extraordinarios como Javier, que no solo abrillanta la piel del calzado de algunos ciudadanos sino que, generosamente, se brinda como promotor turístico, por afición, a través de las modernas redes sociales.

 

Con la crisis económica, lustrar zapatos, tarea para algunos indigna, denigrante y servil, va en aumento y considero que cualquier trabajo que se realiza bien y con honestidad dignifica a la persona. ¿O acaso la función de barrendero- basurero es una profesión que envilece y humilla…?