Me consta a mí, pero también a usted si es persona informada y libre, que las prácticas corruptas no se han generado, en la actualidad, en regímenes dictatoriales y democráticos. Lamentablemente, el mal generalizado viene de viejo por lo que nadie debería aseverar que es dolencia de un determinado tiempo o sistema. Desde la antigüedad el ser humano practicó la corrupción. Se asegura que Caín fue el primer gobernante corrupto. ¿Y Judas? Se corrompió por treinta denarios de plata –¡oh, Pluto!–, por delatar a su maestro. La traición es corrupción.
¿Han traicionado a la ‘invigilante’ Esperanza Aguirre? La presunta corrupción de sus más cercanos colaboradores le ha forzado ética y moralmente a dimitir de su último y modesto cargo en el Ayuntamiento de Madrid. ¿Por qué? Es la pregunta que estos días se ha hecho mucha gente. El periodista Iñaki Gabilondo ha comentado que no le parecía mal que Aguirre dimitiese, que incluso le honraba el gesto, pero se cuestionaba con enorme coherencia, que si ella no estaba investigada y era ajena a alguna irregularidad o presunto delito, por qué diablos tenía que dimitir. ¿Qué baremos y códigos éticos se aplican en casos similares?
El presidente, Mariano Rajoy, acosado por tantas causas abiertas y corruptelas que afectan a buen número de afiliados que han ostentado responsabilidad en cargos públicos, trata de tranquilizar a la sociedad, especialmente a los votantes del partido asegurando lo que es notorio que no hay contemplaciones y que, en el PP «el que la hace la paga». Pero al hilo de esa realidad yo también me pregunto, y el que no la hace, ¿por qué tiene que pagarla?
Esta semana el Partido Popular en Granada ha tenido que lamentar la indeseable citación por la jueza del ‘caso Serrallo’ de varios concejales, miembros de la junta de gobierno del Ayuntamiento capitalino en 2012, por la causa que se instruye ante presuntas irregularidades urbanísticas. Será su señoría quien en justicia determine la responsabilidad colateral de los investigados tras ser oídos. Es mejor hablar porque el silencio puede ser una virtud pero también una complicidad.
Lo grato ha sido la celebrada victoria electoral de Sebastián Pérez al que, mayoritariamente, se le ha mostrado lo que para un político es el más auténtico reconocimiento, la confianza. Confianza ganada a pulso, con discreción, con honor y humildad. Sebastián ha demostrado, porque se lo merece –según las bases– después de tanto trabajo, esfuerzo, disciplinada cesión y generosidad con su partido, obtener el respeto y la lealtad de los afiliados, pese a los brujos conjuros y estrategias espurias de los que todo lo tienen perdido y nada les queda por ganar. Se cumple el mensaje del presidente Rajoy de que «lo que funciona bien no hay porqué cambiarlo». Esta semana, prólogo de ése 20M definitivo, se ha confirmado el firme e inequívoco liderazgo de Sebastián Pérez y se han desvanecido malévolas ambiciones y torticeras esperanzas de los manipuladores de la otra orilla.
Dice una amiga mía, muy latina ella, que cuando me encuentre cabreadamente inconvenientoso –a veces hay sobradas razones para ello–, no me dedique a llorar la pena negra, por los rincones como ‘La Zarzamora’, y lea a Horacio, el poeta lírico y satírico romano. Es un método evasivo, sin duda culto, para expulsar la piedra y con cierto dolor la expulso, como Semanero en la ‘doménica’ y transcribo: «¡Feliz aquel que, alejado de los negocios, como la gente antigua, cultiva con sus propios bueyes, libre de la pasión del lucro, los campos heredados de sus padres!»
¡Oh, Pluto, dios de la riqueza, del poder, de la corrupción! Siempre en la ceguera.