El último contador de chistes

Mi generación, en blanco y negro, aprendió a reírse en el cine con Charlot, Stand Laurel y Oliver Hardy (El Gordo y el Flaco), o los hermanos Marx, que llevaron al celuloide las más simpáticas y ocurrentes ideas para conseguir la más sana sonrisa del espectador. Aquellas películas que se estrenaban, en España, bajo el manto protector de la ley de la censura imperante, eran «aptas para todos los públicos». Como los títeres o el circo, tan cuestionado actualmente por los animalistas, al igual que la tauromaquia. El fútbol, deporte nacional por excelencia, fue ganando afición y la fiesta nacional por diferentes razones –al margen del rechazo al maltrato del astado– va perdiendo adeptos.

Un espectáculo para todos los públicos era una licencia para que pequeños, jóvenes y mayores hiciésemos cola en taquilla y comprásemos, por unas pesetas, unas horas de diversión aseguradas. Las salas de cine, en su apogeo, según la economía de cada bolsillo, llenaban el patio de butacas y ‘el gallinero’ para ver memorables películas de tiros y flechas del oeste americano, en las que siempre perdían los indios, o reírnos a mandíbula batiente, sin límite de decibelios, por las ingeniosas aventuras de los históricos actores cómicos.

Actores cómicos que en España –al margen del culto al teatro– la televisión nos fue introduciendo, poco a poco, en la sala de estar de nuestros domicilios con la comodidad de no pasar por taquilla a los mejores del momento. ¿Quién no recuerda a Juanito Navarro, Fernando Esteso, Mari Santpere, Toni Leblanc, Cassen, Pajares, Lina Morgan… Y aquellos monó- logos, emborrizados de humor ácido de Gila, los diálogos inteligentes de José Luis Coll y Sánchez Polack o la innovación artística desternillante de Martes y Trece cuyo testigo recogieron, más tarde, Cruz y Raya? Repasada, a vuela pluma, la nómina de algunos actores y humoristas que han destacado en la historia de las últimas décadas, nos falta el recuerdo para los ‘contadores de chistes’, conocidos en el mundo del entonces Sindicato del Espectáculo como caricatos que dejaron su huella y personalidad inolvidables como Eugenio, Arévalo, Gandía, Pedro Reyes, Señor Barragán, Felisuco –hoy dedicado a la política– Pepe Da Rosa…

Pero Summers tuvo que ser quien descubriera una noche en Málaga, entre copa y copa, a Gregorio nacido en el barrio malagueño de La Trinidad hace 85 años. Gregorio era un modesto cantaor de grupos flamencos que Guillermo Summers, guionista y presentador de programas televisivos, olfateó por su faceta cómica insólita de narrador de facecias que es un acepción de chiste o chascarrillo humorístico que no la escribo por cursilería sino, precisamente, por distinta, original, dispar, singular o desigual que es como se puede y se debe describir a Gregorio, ‘Chiquito de La Calzada’.

A ‘Chiquito’ tuve la divertida oportunidad de conocerlo en compañía de la gran bailaora granadina Mariquilla, con la que viajó por medio mundo como componente de su grupo artístico. Gran aficionado al cante flamenco, jamás pensó que pasaría a la historia como contador de disparatadas historietas cómicas, que en realidad eran chistes populares que él transfiguraba, tergiversaba, recreaba, les ponía banda sonora y los culminaba, con mayor o menor acierto. Pero la mayor virtud de Gregorio, de enorme bis cómica, es que de manera originalísima conjugaba con su genuina oralidad surrealista el verbo, sujeto, predicado y artículo, sin acogerse a ninguna norma académica.

Yo sólo quería felicitar los 85 lúcidos años de la leyenda Chiquito, tal vez el último contador de chistes de España que, a diario, guarda sus alegrías por la pérdida de Pepita, su mujer, y como buen flamenco se refugia en el Café de Chinitas y mira pasar la hoja del calendario con un Quitapenas.