La Zarzuela

La zarzuela, también llamada género chico injustamente, ha sido muy enaltecida y elogiada esta semana, de manera indirecta gracias a los festejos, con carrozas y disfraces, de la gran fiesta del orgullo gay celebrada en Madrid con un epicentro, simbólicamente elegido, en el barrio de Chueca. Allí yace, inevitablemente pétreo, el busto de don Federico, abrigado con la bandera del arco iris, símbolo del colectivo homosexual, en las pasadas jornadas de inolvidable recuerdo. Chueca, no sé si era homosexual o heterosexual, cuestión que me trae sin cuidado, pero fue un brillante compositor de zarzuelas. Aquí, en Granada, se mantiene viva esa tradición operística, gracias a Miguel Ruzafa, compositor y director de la centenaria banda municipal, que hay que reconocer, pese a su insuficiente nómina, que es una de las mejores formaciones de España. Montero, Faus y Ruzafa como directores, pasarán a a la historia como creadores, formadores, y renovadores de ese extraordinario conjunto musical que enriquece y prestigia a la ciudad de Granada. Sean los dioses políticos de turno, comprensivos y piadosos y les colmen de ventura en otro siglo más de vida por lo menos. Pero lo cierto es que he aprovechado la confluencia de ríos en el espontáneo pensamiento que nos asiste a los que estamos atados, voluntariamente, a la columna y verdaderamente quiero hablar de la otra Zarzuela, el palacete residencia del Rey y parte de la Familia Real española. La Zarzuela, como La Moncloa, son espacios arquitectónicos con sus elementos mobiliarios y sus moradores circunstanciales, según el momento político. Y es frecuente el latiguillo, especialmente en el argot periodístico, de hablar de Zarzuela o Moncloa –residencia del jefe de Gobierno– para referirse a algo que dimana, oficiosamente, de esos dos principales lugares sin autoría… Fuentes de…

En general, ha sido muy censurada la no presencia del Rey Juan Carlos I en el Palacio de las Cortes con ocasión de la ceremonia parlamentaria del 40 aniversario de la constitución de las Cortes. Incluso algunos medios periodísticos han recogido la «perplejidad» de don Juan Carlos por no haber sido invitado al acto, mientras que otros aludían a informaciones de Zarzuela indicando todo lo contrario y añadiendo que don Juan Carlos I asiste a los actos que considera oportunos tras su abdicación. Parece más que razonable que el monarca que hizo posible, junto con el sentimiento generalizado de la sociedad, recuperar la democracia en España, debería estar presente en el palacio de la Carrera de San Jerónimo, al margen de las elogiosas palabras que se dirigieron laudatoriamente a su persona y a sus méritos como «Rey de todos los españoles».

Si el acontecimiento se hubiese celebrado en otro país donde existe el máximo respeto a la monarquía parlamentaria, habría acudido, en bloque, toda la Familia Real. En España, tal y como está el patio de operaciones de la cámara baja, no sería sorprendente que en el hemiciclo algunos corralitos antimonárquicos levantaran sus voces, sacasen pancartas e hicieran sonar el pitido de furioso desprecio hacia don Juan Carlos. Esta más que probable situación habría empañado una solemne ceremonia que, dignamente, fue presidida por el rey de España, Felipe VI.

La hipótesis que he descrito quiero cerrarla con las provocativas e insensatas reflexiones de Pablo Iglesias Turrión: «El Rey, para qué». No le gustó el discurso del Rey porque tenía que haber dicho lo que él quería que dijera. Pese a la inviolabilidad de la que goza como diputado, el ciudadano Iglesias Turrión, debería ser más respetuoso con el Jefe del Estado. Se puede proclamar, como deseo, un sistema republicano. Se puede proclamar, como deseo, una dictadura como la de Venezuela. Pero mientras se cobre del erario público, como diputado, se debe acatar la Constitución.

Lo demás son postureos de indolente mala educación que, por fortuna, rechazan la mayoría de los españoles. Descanse en paz, búsquese un balneario fresquito para éste verano y medite sobre la sarta de estupideces que pueda engüerar en su magín encoletado de cara al inicio del nuevo curso político.