Esa megalomanía de Puigdemont

Paciencia ciudadana hay que tener para aguantar el persistente tornado, impulsado por los secesionistas catalanes que, saltándose la ley, quieren independizarse de España otra vez. Para la gran mayoría de los españoles es abrumadoramente cansina la cantinela histórica que traen. Vamos, como si no hubiese cuestiones más preocupantes y acuciantes que resolver en este país que trata de superar, con gran dificultad, una grave situación económica.

La mayoría, repito, estamos aguantando pacientemente esta grotesca tragicomedia política. A otros se les ve impacientes a la espera de que llegue ese primero de octubre, fecha memorable que marcará, por defecto o por exceso, un antes y un después en las relaciones estado-comunidad catalana. Desde todas las instancias competentes en velar por el cumplimiento de la legalidad vigente ha quedado meridianamente claro que el pretendido ‘plebiscito’ para la secesión de Cataluña carece de validez. Pero, por lo visto, leído y escuchado, el gobierno, ayuntamientos y otras instituciones han elegido, ‘motu proprio’, el camino de la desobediencia haciendo caso omiso a las advertencias recibidas.

La actriz Jennifer Lawrence, que ha protagonizado junto al español Javier Bardem la película ‘Madre’, ha manifestado que votar EE UU a Donald Trump como presidente ha tenido como consecuencia que hasta los huracanes muestren su ira y la rabia de la naturaleza.

No seré yo quien se atreva a asegurar que por culpa del empecinado majadero Puigdemont estemos sufriendo la terrible sequía que afecta, salvo alguna excepción, a la península ibérica. Pero algo de mal fario nos aporta este individuo presuntuoso, soberbio, ridículo y jactancioso que aspirará, digo yo, a ser presidente de la república catalana –si la autoridad y el tiempo lo permiten– saltándose todos los preceptos y normas constitucionales.

Esa megalomanía de Puigdemont y el resto de presuntos delincuentes que le colean, a priori, nos sitúa en un escenario de conflicto civil. Conflicto que se generará, inevitablemente, en las administraciones públicas y, por supuesto, entre la población que se siente catalana y que desea seguir siendo española. Sin olvidar la enorme repercusión, económica y laboral que debe tener en el entramado industrial y empresarial autóctono y foráneo.

La sociedad está expectante ante la desfachatez del Gobierno catalán, pero moderadamente tranquila como consecuencia de la unidad de criterio –en torno a este inusual y absurdo reto soberanista– por parte del Partido Popular, Partido Socialista y Ciudadanos, que incluso han visto mejoradas estos días sus valoraciones en varias encuestas de opinión. Aunque Pedro Sánchez, que en esta ocasión llevaba un buen examen, ha dicho que habrá que alimentar a Cataluña con mayor autogobierno después del temporal. ¿Y a Andalucía? No es muy oportuna la propuesta.

El huracán de los separatistas es devastador e insaciable. No es momento de templar gaitas, ni de alimentar a la fiera con doble ración, ni de chantajes coyunturales, ni de echarle leña al fuego, como lo está haciendo Podemos, alineándose con quienes ignoran el estado de Derecho. Esa complicidad también es delictiva.

Ahora toca seriedad, responsabilidad, serenidad, firmeza y aplicación de las leyes sin ambages, caiga quien caiga.

Si los medios de comunicación están tratando los acontecimientos con el rigor y respeto que requiere este conflicto de dimensiones impredecibles, en las redes, el personal, con razonable hartazgo, ha tirado de ingenio y humor –propio del carácter hispano– con fotografías, memes, frases, discursos, dibujos y chistes poniendo en evidencia el ridículo espectáculo chocarrero que están protagonizando los autoemancipados.

Da la impresión de que Puigdemont –el elegido– quiere rivalizar a Lluis Companys, que en octubre de 1934 proclamó el Estado catalán, esperemos que no se reproduzcan las lamentables consecuencias de entonces. Pero, claro, todo dependerá de los ‘estados de ánimo’ de aquí al ‘sufragio’. «El nacionalismo es la chifladura de exaltados echados a perder por indigestiones de mala Historia». Gloriosa frase de don Miguel de Unamuno.