Abusos, agresiones y tocamientos

En esta España variopinta de festejos, tradiciones y costumbres destacan, cada mes de julio, los festejos en honor del Santo Fermín, en Pamplona, y los populares encierros donde jóvenes y maduritos, ataviados a la usanza pamplonica, corren por las calles sorteando las astas de los toros hasta el coso taurino. Expertos, principiantes y espontáneos se juegan materialmente la vida hasta llegar a la monumental. Pese a que estos encierros históricamente hayan cautivado y conmovido a artistas y escritores y sean uno de los festejos que gozan de mayor difusión y proyección mediática, confieso que jamás motivaron, en mi, ninguna sensación de emoción o de admiración, sino todo lo contrario. Los encierros –exponente machista– por mucha destreza y habilidad que quieran o puedan exhibir los mozos, son un riesgo a un paso absurdo del suicidio enmascarado en lo festivo.

Paradójicamente ya se habla, en algunos círculos y peñas animalistas de que los encierros no deberían acabar, cada tarde, con sangre en el coso. Es decir que se suspendan las corridas de toros tal y como están concebidas como si no hubiera sangre humana durante el recorrido en los encierros matinales. Hay un movimiento feroz en contra de las corridas de toros, que es respetable, pero no debe ser excluyente, sencillamente porque la sociedad es plural y esa pluralidad debe respetarse, al igual que las tradiciones son respetadas. El fenómeno de prohibir la tauromaquia se extiende por toda la piel de toro y existe cabreo generalizado en la gente del gremio. Ganaderos, toreros, sobresalientes, banderilleros, mozos de espadas y hasta monosabios hacen proselistimo en el desierto para no dañar a los desafectos. ¡Qué tarde de gloria ha dejado escrita este año en Pamplona el maestro Padilla! Al hermoso vestido de luces que le acompañaba en sus buenas maneras de arte y valor le adornaba un pañuelo negro en su cabeza herida de valiente pirata para salir a hombros por la puerta grande. La afición, que es la que manda, tiene la última palabra. Pero mucho me temo que no van a cesar las presiones de los que propugnan la desaparición de nuestra fiesta nacional.

Desconozco el inicio, como hábito, de los abusos o agresiones sexuales en los sanfermines. En julio de 2016 fue impactante el aberrante caso de una violación grupal a una joven de 16 años. Lamentablemente esta semana se ha confirmado la libertad provisional de los autores en un gesto de justicia ‘ejemplarizante’. Hay que recordar que cuatro de los cinco miembros del indeseable grupo conocido como La Manada dos meses antes, en Córdoba, abusaron de otra joven y lo grabaron en vídeo. Caso pendiente de sentencia. Es urgente adecuar el Código Penal para castigar con mayor severidad este tipo de comportamientos y el gobierno y la oposición no deberían dilatar esta medida.

Este año –y se ha contado como algo excepcional y casi positivo– se ha entonado el «Pobre de mí…» con un balance de seis denuncias por agresiones sexuales, el año pasado se duplicaron, y otras tantas por tocamientos que no deja de ser una agresión sexual al no existir consentimiento de la ofendida. Y todo en torno a San Fermín. ¿Qué culpa tendrá el santo?