Cuando recibí las bendiciones de los jefes para hacer un reportaje sobre las entretelas de la zambra, a colación de ese movimiento que está habiendo en la ciudad para declararla Patrimonio de la Humanidad, me hice el firme propósito de descabalgarme de cualquier idea preconcebida. Vivir el momento ‘con la mirada limpia’. Como uno de esos koreanos o japoneses que, al igual que sucedió con aquellos viajeros románticos de principios del siglo XIX, querían conocer y disfrutar del baile y el cante de las cuevas del Sacromonte.
Anoté todos los detalles, hablé con todo el que pasaba por allí. Con los bailaores, con los tocaores, con los cocineros, con los camareros, con el que limpiaba, con el que ordenaba las sillas… Hablé hasta con el apuntador, El Padrino, el encargado de recibir a los clientes y de comprobar que, en efecto, su nombre aparecía en el estadillo de reservas. Me metí en los camerinos. Allí estaba Mercedes de Morón, frente al espejo, arreglándose las pestañas. Y Julián Fernández, calentando dedos con su guitarra de la fábrica de López Bellido.
Lo escribí todo en este reportaje que usted puede leer aquí. Sin inferir en el trabajo de mi compañero Pepe Marín, uno de los fotógrafos a los que más admiro, también me llevé mi Canon y mi objetivo de 85 mm. Aquí comparto algunas de las imágenes que tomé, editadas en blanco y negro. Mi humilde homenaje a aquellos retratistas, como Rafael Señán, que hace más de cien años ya dejaron constancia de cómo era el flamenco de los gitanos del Sacromonte.
Quiero aprovechar la oportunidad para agradecer a Estudio Sur su profesionalidad y los preciosos vídeos que hemos incluido en el desarrollo web de este reportaje. Y también mi gratitud hacia Juan Andrés Maya por abrirnos de par en par La Cueva de la Rocío y ponérnoslo tan fácil.
Deja una respuesta