‘Granada no está en venta’

Ayer por la tarde me tocó cubrir la jornada de movilización social ‘Granada no está en venta’. Seis manifestaciones y media docena de reivindicaciones para lograr una ciudad mejor. Ése podría ser el resumen de las marchas que lograron reunir, según las estimaciones de la Policía Local, a unas quinientas personas en la plaza del Carmen, epicentro nuevamente de una protesta colectiva muy bien organizada, pero que nuevamente contó con una participación bastante baja. Lluvia, procesiones, comuniones, el partido del Granada… apatía.

El compañero Villalba y un servidor hicimos cobertura en tiempo real. Él en la redacción y yo en la calle. Libreta, bolígrafo, teléfono móvil y cámara al hombro. Mantuvimos la web actualizada toda la tarde y hoy publicamos una página completa en la edición impresa ilustrada con una imagen a cinco columnas de Ramón L. Pérez, que también formó parte del despliegue.

Yo también pude hacer algunas fotos. Ahí va una pequeña selección.

 

Los bomberos que vienen del cielo

Los bomberos que vienen del cielo

El verano, cuando la actualidad también se va de vacaciones,  es terreno abonado para hacer reportajes que difícilmente tienen cabida en otras épocas del año. Nada más regresar de vacaciones, a mediados de agosto, cogí los bártulos y me fui al Centro de Defensa Forestal de Puerto Lobo. Me quedé muy satisfecho con el resultado  (texto, fotos y vídeo) e incluso una de las imágenes que tomé fue utilizada para ilustrar la portada de Ideal del día 28.

Fue una mañana completa. Los responsables del Infoca me facilitaron mucho el trabajo. Se trataba de contar el día a día en la base. De cómo funcionaban los sistemas de alerta cuando se declaraba un incendio. Puse el foco en los bomberos forestales, que me explicaron su experiencia en primera persona del singular y del plural. También tuve la oportunidad de asistir a un simulacro de ‘retreta’ gracias al retén de La Peza, que se encontraba en Puerto Lobo en tareas de instrucción.

 

La vela de Juana

La vela de Juana

Se llama Juana. Vive en Iznalloz. Pasa frío. Hace un par de semanas fui a su casa para contar su historia en Ideal y explicar qué está sucediendo en ese pueblo granadino con el suministro eléctrico, que se corta prácticamente todos los días cuando se pone el sol, la gente vuelve a sus hogares y enchufan los aparatos eléctricos. Este artículo ha sido más de 55.000 veces compartido en Facebook. Lo han leído decenas de miles de personas. Estoy contento. Y lo estoy por dos motivos. Primero porque me consta que este reportaje ha servido para algo y segundo porque los lectores siguen valorando un tipo de periodismo que a mí, personalmente, me llena como profesional.

Endesa dice que los problemas en Iznalloz, en el Norte de Granada y en varios municipios del Área Metropolitana se deben a las sobrecargas que provocan los enganches ilegales, especialmente los que surten de luz a las plantaciones de marihuana. El tema es preocupante. El año pasado la compañía desmanteló el doble de acometidas irregulares que en 2015. Los vecinos de Iznalloz dicen que no. Que todo se solucionaría con más inversión y que los argumentos de Endesa son una cortina de humo para no gastarse el dinero.

Aquellos músicos ‘locos’ de la Tarasca

Que el ritmo no pare

Siempre tuve la firme convicción de que si el mundo -así, en general- escuchara más música, todos seríamos un poco más felices.  El año pasado los jefes me pidieron que plasmara mi visión de la feria del Corpus, en Granada, desde una perspectiva muy personal. Que hiciera fotos y contara la historia que había detrás de ellas. Me lo pasé como los críos. Incluso tuve el honor de que este apasionado beso entre Jorge y Betty fuera la portada de IDEAL.

Dejé muchas imágenes en el tintero. Demasiadas. Pero hoy, no sé por qué, me apetece recuperar ésta, llena de energía, llena de buen rollo, llena  de ritmo. La hice en el pasacalles de la Tarasca. La gente alucinó con ellos. Yo también.

En clave de Luna (microrrelato de una despedida)

En clave de Luna

Sonaba de fondo la voz lábil de Nick Drake en los auriculares de Paula. “I saw it written and I saw it say”. Hacía mucho frío aquella madrugada de enero en la estación de Santa Ana. El sol, aún oculto tras la Peña de los Enamorados, la roca con forma de corazón que da sombra a Antequera, teñía la atmósfera de color vino y la Luna llena de rosa y amarillo apagado. Paula recordaba el calor de sus labios y el roce de sus manos. El olor del mar. El brillo de su mirada mientras la abrazaba. Mientras la amaba.

“Pink moon is on it’s way”. Apenas faltaban cuatro minutos para que llegara el primer tren. El que iba de Málaga a Madrid. El que toman los madrugadores y los arrepentidos. El tren que nunca espera. Donde las desilusiones viajan en ‘business’ y las emociones y los besos robados en clase turista. En el andén solo estaba ella. Y el tren, que ya se aproximaba con demasiadas prisas. Un poco más lejos, varias sombras que se despedían con un beso en la mejilla. La liturgia del adiós. Del adiós efímero. De un viaje de veinticuatro horas con billete de ida y vuelta.

No llegaría. Lo sabía. Nunca llegaría. Lo había visto en las películas. Y en las novelas de Tellado, esas que leía su madre de forma compulsiva cuando le faltaba el cariño. Sí, todo empezó y acabó a las menos cuarto. Cuando él la besó, cuando él se despidió… para siempre. Un minuto (sesenta segundos). Una vida.

Entonces Paula alzó la vista. El cielo, cuarteado por las catenarias como si dibujaran una partitura, sonaba frágil en clave de Luna. Como la voz de Nick Drake. “Yeah, it’s a pink moon”.