Deportivo 0 – Granada 1
El Granada ha encontrado esperanza en un viaje a las antípodas. Hallando allí un manual de juego opuesto al que gestionaba, estrenado con éxito. La victoria en Riazor, campo en el que no pierde desde los 70, llegó con la convicción de que desempolvar el repliegue y el contragolpe contribuyen a un tratamiento de choque, sobre todo a domicilio, donde la iniciativa pende del local.
La consolidación del viraje tendrá que medirse con el paso de las jornadas, porque no faltó angustia cuando el equipo retrocedió en exceso y se plantó ante el mortero de Lucas Pérez y sus colegas. Lo que fue indudable es que defender achicando espacios resulta menos exigente que descubrirse en la presión. A veces, hasta es más productivo. Si encima la escuadra se adelanta, proteger la meta de sobresaltos se convierte en una misión providencial. Esto lo entendió como pocas veces una plantilla permeable a la faena y no a delicadezas. Nada puede introducirse si no hay predisposición y refrendo en el resultado. José González cayó de pie.
Cuando destituyó a Sandoval, Quique Pina le sugirió al entrenador que tenía poco que reprocharle y que le había faltado suerte. «Pues fíchala», le respondió apesadumbrado el de Humanes. En un deporte en el que supuestos sabios tienden a pontificar, en el que la nueva ola es sacar conclusiones descifrando intrincados datos estadísticos, muchas veces se pierde la perspectiva de que esto al final es un juego y hay briznas de azar. Si a los pocos segundos del partido, el Deportivo aprovecha un rebote defensivo del Granada para anotar un tanto, quizás la monolítica estructura rojiblanca se habría resquebrajado. Si Lucas Pérez no cruza en exceso un disparo franco a los 18 minutos, cuando los de González sólo se habían asomado ante Lux con una falta lejana, tal vez el encuentro habría tornado a una sobreexposición visitante, destapando flaquezas y con cesiones, como tantas veces. Pero no fue así y el Granada fue inundando de cemento su zaga, hasta que solidificó. Peñaranda empezó a correr y armó el desaguisado arriba.
Empeñado en armonizar a todas sus piezas ofensivas, Sandoval cometió el pecado de colocar a Peñaranda en la banda izquierda desde hace unas jornadas, un lugar con el que el venezolano decía estar familiarizado, pero en el que aumentó la distancia con respecto a la portería y se desinflaba cuando tenía que auxiliar al lateral. González no sólo le entregó el ariete, sino que le puso a El Arabi al otro lado, para explotar un fútbol directo y vertiginoso, apto cuando el contrario abraza la posesión y cede metros a su espalda. Así estaba el Deportivo: en su estadio y con dos meses sin alzar un triunfo. Una ansiedad que manejaron.
Peñaranda arrancó al espacio con su tranco largo, cortando césped en diagonal. Abusón de la pelota, supo hacer un giro ante un acelerado Juanfran, que le atropelló. El penalti ingenuo fue un trampolín al estrellato para El Arabi, que por fin rebasó el récord goleador de Enrique Porta. Toda la maldad de la que carece en el mano a mano con el portero, como se observó después, la sublima cuando le toca fusilar desde los once metros.
El escenario se convirtió entonces en el ideal para el plan visitante. Los coruñeses rastrearon el frente en busca de asideros pero el Granada se compactó para repeler las evoluciones, haciendo el ovillo. Para el ajuste fue clave el poderío mostrado por Doucouré y Krhin. El francés asombró con su despliegue. Su apariencia tímida fuera del campo desaparece sobre el césped, donde compite con fiereza y el punto justo de templanza en el cuidado del esférico. El esloveno se emparejó a la perfección para aportar ese músculo tan añorado en otras citas como forasteros. Como el conjunto en general, habrá que verlos en días de mayor responsabilidad con el balón, pero en faenas bélicas, como en tierras gallegas, salieron indemnes, aunque con la cara manchada.
Los latigazos de Lucas Pérez siguieron azuzando a los visitantes, aunque el delantero no tuvo esa precisión con la que le han ungido esta temporada. Peñaranda seguía al galope, provocando otra tarjeta, a Fernando Navarro, y tomando alguna mala decisión en los metros finales, cuando no apareció algún defensa rival para aliviar a los blanquiazules. El golpe de gracia para ellos pudo llegar al borde del descanso, en un duelo entre El Arabi y Lux. El francomarroquí, hipotenso, se enrocó en lugar de ajusticiar al arquero, hasta quedarse sin una opción mejor que el pase a Rochina. El de Sagun- to terminó de malograr la acción, con un tiro que hizo carambola entre Lux y Arribas.
La pifia fue preocupante, de estas que suelen presagiar la desgracia. Fue la más grave en vanguardia, pero no la única, pues la segunda parte se encaró por unos derroteros similares, activándose Success para la causa, quien se había limitado hasta entonces a mantener la posición en la izquierda, amarrado. Peñaranda derramó otro esprint cuando tenía a Doucs como compañía y José González prefirió juntar más a los suyos sustituyéndole por Edgar. Rochina se fue al centro, el Granada pasó a 4-2-3-1, pero lejos de ordenarse, comenzó su angustia.
Sin Peñaranda, los rojiblancos dejaron de asomarse en ataque. Era mejor fracasar en el balcón del área que ni superar el círculo central. Aunque Edgar intentó despegar, quien creció fue el Dépor sobre la chepa de Lucas Pérez, sin tino alguno. Sólo Success trató de escabullirse del cerco y tuvo cerca la diana, sobre todo en un disparo lateral que al final tampoco pudo culminar Rochina, de nuevo golpeando al portero y un zaguero. Ni adrede.
Las dimensiones del campo quedaron reducidas al sector rojiblanco, con el partido adquiriendo tintes más de eliminatoria que de jornada regular. Afrontó el sufrimiento con voluntad de supervivencia y la idea de aparcar en la retaguardia. Salvo una combinación de Edgar para El Arabi, que culminó mal Miguel Lopes, la inercia pronosticaba muchos minutos de preocupación. José González decidió estirar a su equipo con la entrada de Barral por Rochina. Con dos puntas otra vez, la presión al adversario aumentó tímidamente, aunque sin alardes. El peso ofensivo siguió sobre Success, aunque sus llegadas no fueron embocadas. El encuentro se sumergía en los minutos de la verdad, con Oriol Riera como nueva amenaza local y el Granada tratando de porfiar al contraataque, ya con la energía mermada. Biraghi, que se mantuvo al menos aseado todo el encuentro como el resto del cuarteto defensivo, en el que fue también novedad Babin, sacó un balón con la cabeza sobre la línea de meta, en un centro muy agudo. Barral casi consigue una diana en un mal despeje de Lux que le golpeó, aunque el sobresalto para el portero argentino llegó en la prolongación, cuando arrasó con Edgar en la frontal y fue expulsado. Sin cambios, el recién ingresado Jonás se puso los guantes, pero Barral no fue capaz de lanzar entonces el libre directo ni a puerta.
El tiempo se extendió poco más, así que el Granada pudo celebrar con victoria el estreno de su nuevo preparador. La escuadra se queda a un punto de la salvación, con el Sporting de visita a Los Cármenes el jueves. La puerta a cero es otra fenomenal noticia. Ahora, conviene contener la euforia. Conquistar la permanencia es una tarea ardua, extensa y que requerirá otras versiones más constructivas. En casa valdrá ganar, pero se aceptarán peor estas formas si no se concretan los ataques. Si se esfuma también la necesaria suerte. Otro fichaje requerido.