Crónica del Granada 2 – Alavés 1.
Algo ha cambiado en Los Cármenes, aquel maléfico terreno convertido ahora en suelo sagrado desde hace tres partidos para el Granada. Conoce cada una de sus apariciones por victorias. La más angustiosa, esta última, ante un Alavés que se rebeló con coraje en la segunda mitad. El primer acto tuvo neto color rojiblanco, pacientes ante la maleza vitoriana, duros en los quites, astutos para enviar misiles desde media distancia. Así llegó el tanto del omnipresente Wakaso y el del multifuncional Cuenca, este ya tras el descanso. Pero Camarasa apareció para hacer la goma y la entrada de Ibai terminó de despertar a los albiazules, con un intercambio de refriegas que se le fue marchando de las manos al árbitro al final, asaeteando a tarjetas, un par de ellas rojas, para los visitantes, en la prolongación.
Hubo un triunfo que prestigió. Fue el conseguido en su día ante el Sevilla, cuando el equipo sucumbía por su incapacidad y desplegó un fútbol ágil. Llegó uno reciente con guirnaldas, ante el Betis, con contundencia, para desahogo de la afición. Pero el de anoche recordó a las veladas más dramáticas de los finales de campeonato en los últimos años, cuando las fuerzas ya flaquean, la tensión se palpa y los detalles cuentan. El Granada redujo la cuota de errores, quizás agotada en San Mamés, y apretó los puños para embolsarse tres puntos que le colocan, por primera vez en la temporada, a un golpe de salir del abismo.
Escapó con aliento de un duelo muy disputado, que pudo resolver antes de que se le complicara, en un tramo final bastante desquiciado. Iglesias Villanueva, que escamoteó un penalti a los locales por mano de un adversario antes del receso, le birló un tanto legal a Camarasa por un inexistente fuera de juego. Habría sido su segunda diana y el 2-2. La historia acabó con un final bien diferente. Quizás porque en su feudo este Granada se empieza a sentir capaz de todo.
Apurando el depósito, Lucas Alcaraz conservó prácticamente las mismas piezas en su maquinaria de las recientes jornadas, con la salvedad de la aparición de Isaac Cuenca por Foulquier en el carril derecho. Aquel extremo audaz bautizado durante el Barça de Guardiola se ha reconvertido en un futbolista polivalente. Más que por su físico, bastante endeble, por su inteligencia, sin grandes concesiones e interpretando con agudeza lo que exige el partido. Arrancó con oficio defensivo en la diestra, pasó al extremo cuando ingresó Foulquier en el tiempo definitivo y solucionó en la izquierda cuando se lesionó Héctor Fernández, cuya incidencia en el juego ofensivo ha sido mayúscula. En este encuentro, con una suerte singular, el saque de banda.
El Granada retomó la lectura por donde lo dejó ante el Betis. Fue una enorme motivación para la grada, expectante por los vaivenes de forastero. Sostuvo el mismo discurso aguerrido de aquel viernes, la búsqueda de espacios libres, pero ante un contrario mucho mejor colocado, a pesar de que presentó una formación de circunstancias, por las bajas y por los elementos que reservó Pellegrino.
El Alavés ha hecho carrera con el orden como máxima, rapiñando cualquier balón suelto en busca de un dulce alimento. Pero Ochoa no tuvo demasiado trabajo hasta que llegó una salva de centros y algún córner, cuando el Alavés se enquistó en busca de la remontada.
El mexicano no tuvo detenciones extraordinarias, aunque su zaga comenzó algo acuosa. La reducción de pifias permitió la supervivencia. A Hongla le costó agarrar la cordada pero poco a poco se fue asentado. A veces se obvia lo joven que es, pero no le falta personalidad. Entre la maleza sobresalía Adrián Ramos, cuya energía se expande por el ataque. Sabe perfilarse de espalda al marco como pocos, con un salto en suspensión que le permite mandar y que facilita mucho la progresión con el esférico de sus compañeros. Las dejadas del punta constituyeron un argumento recurrente desde que Uche probó suerte antes del cuarto de hora. Wakaso desenfundó la bota algo después, aunque la composición la enhebró Pereira esa vez.
El Alavés asustó a la carrera. Katai detectó un despiste de Hongla, que al final rectificó bien. Su plan especulador no contravenía al Granada, que insistía con Ramos como estilete. Varios remates inquietaron a Pacheco. Los carrileros adquirieron protagonismo, mucho más expeditivo Héctor. En un saque de banda, el pucelano escuchó un grito rajado de Alcaraz. El técnico quería que colgara el balón al área. Su subordinado acató, Ramos voló y orientó el balón hacia Wakaso, que disparó con fuego de mortero. El ghanés ha enamorado al público por su ímpetu, que le duró hasta el añadido, dándole tiempo a segar el centro del campo, donde se intentó animar el enemigo. Una onda expansiva que solventa cualquier vacío.
Las buenas sensaciones casi se truncan tras un error en la alturas de Gastón Silva, que Katai lanzó alto. El entreacto al menos no desorientó al grupo, que se atornilló a la vanguardia, con Ramos trabajando de lo lindo. En una recuperación, obsequió a Carcela con un pase que el belga-marroquí desperdició en el mano a mano con Pacheco, adivino ante su tiro. Una nueva diana se mascaba y al final llegó en similares circunstancias a la previa. Otro rechace a la frontal que esta vez cazó Cuenca, con otro ajuste pegado a la cepa del poste, para tranquilizar a todos.
La celebración sirvió de alarma para los visitantes, que se aplicaron en la búsqueda de una muesca, pues el Granada creyó tener al adversario al dente y rebajó la atención. Mal asunto cuando Romero centró ante la llegada de Camarasa, sin seguimiento, cuyo remate achicó Ochoa pero le dio en el cuerpo al centrocampista.
Un nuevo escenario se abrió con el 2-1. Salió Foulquier para taponar las subidas de Theo y Katai. En la otra orilla, Ramos perseguía el gol pero se encontró con el larguero. Deyverson se quedó a palmos de un remate y Hongla se lesionó, lo que hizo que Vezo fuera recuperado. Carcela volvió a medirse con Pacheco, sin éxito, y Romero inquietó a Ochoa, flexible para enviar su tiro a córner. En la salida con un despeje, lo mismo que en Bilbao. Balón que regresa, Ramos rompe el fuera de juego por poco y Camarasa marca, pero el asistente levanta la bandera. Ingresó Ibai, culebreando por dentro hasta exigir mucho, y se lesionó Héctor, que obligó a Cuenca a sellar aquel sector y que se sumara Mallé, muy despistado.
Se abrió un periodo hostil y de protestas. Muchas amonestaciones y dos vitorianos en la ducha poco antes del final, Katai y Alexis. Conclusión mareante para un encuentro de cierta épica, en un estadio que ha dejado de estar embrujado. Habrá que ver si el mal fario persiste cuando se abandona o si en Butarque sigue el hechizo favorable.