Solo tenía 11 años, pero todavía recuerdo aquella cara ingenua de un niño que parecía tener cerca de su mirada un hilo de luz que me hacía perder la noción del tiempo en aquellas clases insufribles de nuestra querida maestra. El estaba atento a la pizarra y de pronto, como si sintiera mi mirada cómplice giraba su rostro para embaucarme en un amor perdido en el tiempo. Cuantos sueños han pasado desde entonces, pero son solo eso, sueños…