“Tienes que aprender a improvisar pero eso, a la vez, te hace ser más ágil y hábil. Te puedes llegar a sentir muy importante para después caerte de una nube al valorar tu trabajo con la distancia y el tiempo. Para trabajar como cooperante se necesita ser humilde o aprender a serlo”. Teresa Godoy
El Gobierno ha fijado hoy 8 de septiembre como el Día del Cooperante para conmemorar el día en el que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó en el año 2000 la Declaración del Milenio, en la que se establecieron una serie de objetivos globales, entre los que se destaca el de la lucha internacional por el desarrollo y la erradicación de la pobreza.
Dentro de los valores y principios de esta Declaración del Milenio, se cita expresamente a la cooperación internacional como uno de los instrumentos básicos para resolver los problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario.
«DEMANDA LARGAMENTE ESPERADA»
La vicepresidenta primera y portavoz del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, señaló respecto al Estatuto de los Cooperantes que se trataba de una «demanda largamente esperada» por este colectivo.
«De una parte se reconoce su trabajo y de otra se dota de la cooperación española de instrumentos que mejoren las condiciones en que se ofrece esa cooperación y la tornen, como ya están haciendo, más efectiva. Define quiénes son las organizaciones o personas que son cooperantes, se regulan las relaciones jurídicas entre cooperantes y las organizaciones a las que pertenecen, con lo que se pretende ofrecer mayor seguridad a esa relación», indicó en rueda de prensa.
Asimismo, resaltó el hecho de que se regulen los derechos y obligaciones del cooperante, «eliminando las habituales ambigüedades que a veces se producen por no saber delimitar lo que se debe hacer y lo que se tiene derecho a hacer».
En su opinión, un aspecto «importante y novedoso» es la corresponsabilidad del Estado español a través de la contratación de un seguro colectivo para todos los cooperantes por parte de la AECI, junto con el establecimiento de un régimen de indemnizaciones y la inscripción como desempleados de los cooperantes a su regreso de España, «lo que facilitará sin duda su readaptación y su reorientación profesional y vital».
«Hoy damos un paso firme y necesario por el que nuestros cooperantes gozarán de una mayor seguridad, de una mayor dignidad en el desarrollo de su trabajo y en su regreso a casa. Pero además, es el reconocimiento de una labor ejemplar que coloca la solidaridad de nuestro país en aquellos lugares del mundo donde más se necesita», destacó De la Vega.
Precisamente he tenido la oportunidad de entrevistar en el programa que dirijo en Azul Televisión, Punto de Vista, a Teresa Godoy, responsable del Programa Municipia. Teresa no ha dejado de sorprenderme. Su trayectoria ampliamente dilatada
Teresa tuvo la suerte de conocer el mundo de las ONGD, formando parte de su estructura. Fue casi tres años a Coordinadora Andaluza de ONGD. Participó en la Junta de Gobierno de la Coordinadora de ONGD de España, como vocal de cooperación descentralizada, y en el Consejo de Cooperación Estatal como vocal de la CONGDE. “Asumo mucho trabajo, a veces a costa de desatender lo familiar, pero me gusta lo que hago” afirma con rotundidad.
Pequeños avances
Durante su trayectoria el mejor aprendizaje ha sido darse cuenta que nunca ha dejado de aprender. “Se podría imaginar lo interesante que ha podido ser mi vida estando fuera tanto tiempo y viviendo situaciones realmente apasionantes. Es cierto que he conocido lugares y gente maravillosa, pero mi última etapa en España no desmerece para nada del resto. Me ha sorprendido mucho, a mi regreso, el gran movimiento social que hay en nuestro país entorno a la lucha contra la pobreza. Esta nueva realidad me da cierta esperanza al percibir un esfuerzo de nuestros gobiernos por avanzar hacia los compromisos que han adquirido en materia de ayuda oficial al desarrollo, en mayor o menos medida, aunque desespera la lentitud de sus avances”.
Empobrecimiento, no pobreza
Teresa Godoy trabajó durante un año, en período de tres meses, en los campamentos saharauis y, el resto de su experiencia, en terreno. “Estuve diez años, aproximadamente, en Perú: Lima, Ayacucho, Cusco, Trujillo o Chiclayo, en la frontera de Ecuador”. Allí se enfrentó a problemáticas muy básicas, como la falta de inversión de los gobiernos de estos países en las necesidades elementales de su población. “Están endeudados, su riqueza no se queda en su país, tienen conflictos, guerras, procesos de neocolonialismo desastrosos, corrupción, desigualdad social… Podría continuar la larga lista de causas, sin embargo es importante señalar que son países empobrecidos pero no pobres”.
Cuando te encuentras en terreno, cualquier día puede ser sorprendente. “Tienes que aprender a improvisar pero eso, a la vez, te hace ser más ágil y hábil. Te puedes llegar a sentir muy impor- tante para después caerte de una nube al valorar tu trabajo con la distancia y el tiempo. Para trabajar como cooperante se nece- sita ser humilde o aprender a serlo”. En este sentido, la motiva- ción, la sensación de hacer algo que es importante para la gente, la energía o el estímulo que se siente trabajando de alguna u otra manera en la lucha contra la pobreza o la desigualdad, vie- ne con el tiempo. “Pienso que no se nace solidaria, sino que te vas haciendo solidaria y sensible a medida que pasan los años”.
Apuesta por el cambio
Generalmente se ve a las y los cooperantes como héroes, pero también como locas o locos. “Esa falta, quizá, de seguridad en nuestras vidas, que aparentemente no nos importa, se entiende como desequilibrio… Cuando volvemos nos dicen que estamos desarraigados. Creo que somos personas normales que encon- tramos en la cooperación una forma de desarrollarnos precisamente como personas y trabajamos para producir cambios. Somos profesionales en cooperación y seguiremos existiendo hasta que desaparezca tanta necesidad. La cuestión es, sobre todo y ante todo, una cuestión de justicia social”.