Con una importantísima participación ciudadana se ha celebrado en el día de hoy El Pucherico de Jun. Una fiesta con una enorme tradición que se pierde en el tiempo y que fue objeto de un amplio estudio antropológico a cargo de uno de nuestros insignes vecinos, el Catedrático de Antropología Pedro Gómez que retrató así de bien en uno de sus articulos publicados en la Gaceta Universitaria y que merece la pena leer detenidamente. No os perdais su lectura y a pesar de lo que ocurría en 1991 cuando fue publicado el artíulo, hoy si que ha asistido el Alcalde de Jun.
El Pucherico
En febrero, han dejado de ser festividades relevantes el día 2, día de La Candelaria (celebrada, no obstante, en Pulianas a bombo y platillo), ni el día 3, San Blas (festejado todavía en Alfacar). Resulta evidente que, como en todas partes, numerosas fiestas religiosas han ido extinguiéndose en los últimos veinte años.
Por otro lado, las despedidas de quintos (jóvenes llamados a filas militares) han decaído también bastante, de modo que prácticamente no se han celebrado desde 1985.
Lo que sí continúa celebrándose es el jueves lardero, día en que la gente celebra lo que llaman «El Pucherico» (y también «Las Merendicas», como adaptación a lo que en realidad es hoy predominantemente esa pequeña fiesta). La fecha depende de cuándo caiga la semana santa. Se conoce como jueves lardero (5) el inmediatamente anterior al carnaval (6) y al miércoles de ceniza que inaugura la cuaresma cristiana. Medio pueblo sale al campo en grupos, a una era llamada popularmente era «Perrute» o «Parrute», por el nombre del cortijo que existió allí, por encima de la era. Hay grupos de muchachos prefieren otro sitio, llamado Encina Redonda. Antiguamente se iba desde por la mañana y se guisaba el puchero en el campo (todavía dicen «ir a comerse el pucherico»). Actualmente más bien se va después de almorzar, a merendar; aunque sigue habiendo gente que va por la mañana, pues no hay escuela. Se ven, sobre todo al principio, niños y mujeres y gente joven. Por encima de la era, que está empedrada, rodeada de olivares, destaca una gran encina. De una gran rama lateral cuelgan un mecedor o columpio, hecho con una soga y un cojín, en el que se mecen (7) los niños. Por la explanada de la era, niños y niñas juegan a la pelota. Las niñas y mocitas, en otro momento, saltan a la comba. Se sientan en corros familiares o de amigos y comen bocadillos, chocolate, galletas, naranjas, pasas, higos secos, dátiles o cualquier cosa que han llevado preparada. Pero la comida típica de la ocasión, o «ritual», es rosca de pan (que se encarga en la panadería) y huevo duro. Con respecto a éste último sigue viva la costumbre de «estallar el huevo» en la frente de otra persona. Basta que alguien empiece para que se cree un ambiente de correteo y risas, uno tratando de escapar y otro persiguiendo hasta alcanzarlo, con la idea consabida de golpearle con el huevo duro en la frente (y así descascarillarlo y comérselo). Otras veces lo hacen pillando desprevenida a la otra persona. Puede interpretarse como una manera de provocar la relación, pero no un tipo de relación muy determinada, ya que se realiza con cualquiera, incluso con niños (8). En cuanto alimentos, la rosca y el huevo evocan claramente la comunión con la vida vegetal y animal, sacrificada para dar vida al grupo humano. La semilla de cereal y el embrión de gallina son origen de vida, de especies domesticadas por la cultura humana, cada una de ellas elaborada mediante un proceso de cocción: el pan en el horno de aire ardiente, el huevo en la olla de agua hirviendo. Por la redondez de sus formas ambos visualizan un simbolismo de plenitud vital (sin que falten fáciles asociaciones eróticas, como, por ejemplo, la que expresa el dicho «comerse una rosca», o el equívoco sentido del término «huevo»).
De repente, alguna persona aparece vestida de máscara (quizá un resto de carnaval, hoy extinguido en la localidad (9). Al atardecer, cuando termina el trabajo, van llegando hombres que se unen al jolgorio. Como comienza a hacer frío, al ponerse el sol, juntan leña y hacen lumbres en la misma era. Los niños juegan a pillar, a escalar, a pelearse entre sí. Un grupo de mujeres cogidas de la mano forman una gran rueda y giran, incorporando a otras más jóvenes. Cuando la rueda se deshace, vuelven a darle a la comba: «Que una, que dos, que dale…». Un grupo de niños, agarrados de la mano forman una fila (el «látigo») y van corriendo, serpenteando entre la gente. Otras mujeres y mocitas han formado un corro, en cuyo interior bailan saliendo una tras otra, mientras todos cantan acompañándose de palmas: «Estando el señor Don Gato / sentadito en su tejado / marraumiaumiau…». Los hombres se invitan a vino con una bota de cuero, que pasa de mano en mano; o con una botella.
La presencia de la cámara de vídeo en nuestro equipo suscitó enorme revuelo entre la chiquillería, hasta que se van acostumbrando. Cuentan chistes y chascarrillos, cantan coplillas a coro, ante la cámara. A medida que anochece, la gente se va yendo poco a poco: Recogen sus cosas, desmontan la soga y el cojín que sirvió para hacer un mecedor, vuelven a sus casas.
Esta fiestecilla de El Pucherico no es organizada por la comisión de festejos, sino que es cada familia la que se encarga de conservar la tradición. Se comenta la víspera, en la tienda, en la calle, en el autobús, y cada cual hace los preparativos. Por la era no aparecen autoridades, ni el cura ni el alcalde.