21 de enero de 2009. Esta mañana lo primero que he hecho después de dejar a mi hija en el colegio, es ir a ver si habían podido arreglarle la cabeza de Audrey Hepburn. Lamentablemente no. A cambio, los mismos operarios de ayer me sorprendían hoy con el espectacular despliegue de una larga línea roja sobre el bulevar de la Carrera del Genil –que no Carrera de la Virgen como ahora se empeñan en decir quienes, movidos por la devoción ciega, no dudan en imaginar a la Patrona de Granada corriendo Carrera abajo.– Lo cierto es que el rojo cálido de la moqueta sobre el gris frío de la piedra otorgaba a la mañana de hoy el aspecto de un diseñado espacio de bienvenida a la nueva era regeneracionista que dicen se inauguró ayer en la capital del imperio.
Imagino, como en Novecento, el murmullo del agitado y heroico ascenso de los trabajadores procedentes de barrios y pueblos periféricos hollando el inmaculado rojo de la alfombra destinada a albergar los delicados pies de las estrellas. Pero no. Lo que asciende Carrera arriba es una variada representación de actores de reparto que de forma disciplinada se distribuye por oficinas y comercios para representar el papel de su vida. Entre estas gentes suelen ir jóvenes actrices cuyos pies bien pudieran hollar las ilusas alfombras del bulevar de mis sueños.