10 de abril de 2009
En el sermón del funeral de mi suegro, el cura que oficiaba la misa alentó a los allí presentes a no ocuparse de los problemas terrenales porque, según él, todo está determinado por la providencia divina. ¿Quiénes somos nosotros, decía, para opinar del cambio climático? si eso lo lleva Dios personalmente. ¿Qué sabemos nosotros, seguía diciendo, de la crisis económica?, si también la lleva Dios en persona. Asistido por el verbo divino, en algún momento de la misa cerró su discurso con un «palabra de Dios, te alabamos señor». ¡Así cualquiera!
En este año en el que se celebra el doscientos aniversario del nacimiento de Charles Darwin, han sido muchos los que desde distintos frentes del saber –biología, física, filosofía– han alzado la pluma en favor del creacionismo, argumentando todo tipo de epiqueremas, entimemas, dilemas y demás silogismos para terminar en la disyuntiva en que nos dejó Santo Tomás después de construir con esmero aristotélico sus cinco vías demostrativas: creer o no creer. Tener fe o no tenerla. ¡Así cualquiera!