EL ENEMIGO ES EL TIEMPO

29 de mayo de 2009
Primero fueron mis hermanos los que se asomaron al espejo de mi cuarto de baño. Ahora es mi padre el que tiene la monomanía de afeitarse conmigo, tosiendo y renegando de un mundo que le resulta cada vez más extraño.
Todo empezó el día en que una chica me habló de usted al preguntarme la hora. Era el aviso temprano de que había empezado el implacable proceso de expropiación. Mi respuesta inmediata fue leerme todos los fancines habidos y por haber, y acudir a las últimas eposiciones, en un intento desesperado por recomponer la figura y no perder el paso de la juventud. Pero el cadáver siguió muriendo sin entender demasiado el mundo que le rodeaba. A pesar de que aún era joven y tenía la vida por delante, había empezado a envejecer culturalmente, y mi mundo, en el que hasta entonces todo parecía estar hecho a medida, empezaba a acumular tiempo en su espalda.
Los artistas deberíamos prepararnos para envejecer culturalmente. A cierta edad sientes que ya no tienes nada nuevo que decir porque piensas que lo has dicho todo. Perdida la capacidad de sorprenderte a ti mismo, dejas de confiar en lo que haces. De la misma manera que sabes que no ganarás Roland Garros, tomas consciencia de las pocas probabilidades que tienes de crear una obra nueva que te sorprenda y te rescate del tedio. Conoces los caminos y te sabes los atajos, por eso es tan difícil encontrar la calma en esta profesión en que para sobrevivir es necesario estar en permanente proceso de alumbramiento.
La desorientación ante las cosas de última hora te obliga al esfuerzo permanente de traducir un sistema de signos ajeno y en continua renovación, que convierte tu empeño, como en la aporía de Zenón, en un trabajo inalcanzable.
Se trata de una lección que tienes que aprender, pero que nadie te enseña.