15 de mayo de 2009
Tuvimos la suerte de conocerlo cuando aun tenía fuerzas para subir a las tribunas y seducir a las más bellas muchachas con su viva voz. Nos acostumbramos a sus chaquetas estentóreas y a su presencia feliz. Le admirábamos complacidos y él se complacía de ser uno más entre nosotros.
La escena data de agosto de 1986.
En las estribaciones de Sierra Nevada, vencidos por el sopor de la sobremesa, el grupo de amigos improvisa una siesta. En un extremo, un capítulo vivo de la historia de España posa para el dibujo que le estoy haciendo. De pronto, Rafael quiebra su perfil hierático de modelo, me mira con la complicidad traviesa de un niño, sonríe y roba rapazmente los restos de tarta que aún quedan en la bandeja. La secuencia es rápida: un guiño, una sonrisa y vuelta a posar. Un lujo impagable.