23 de junio de 2009
Cuando acepté escribir este blog la única condición que me impuse fue la de hacerlo sólo cuando tuviera algo que decir. De no ser así, mejor guardar silencio, vaya que se me vea el cartón. Pero como los días van pasando y la falta de ideas me empieza a inquietar, he decidido escribir sin tener ni una miserable idea en mi cabeza.
Se me ocurre, cómo no, hablar del tiempo. No el de la duración real que nos devora por fuera y por dentro, ni el de las manecillas del reloj que igualmente nos devora dígalo Bergson o su porquero. No, me refiero al tiempo caluroso del solsticio de verano sobre el Trópico de Cáncer que nos derrite sin piedad de fuera a dentro. Me pongo manos al ratón, abro la página y con lo primero que me encuentro es con mi vivo retrato bien abrigado en la cabecera del blog. Por favor o por higiene, ¡que me quiten el abrigo!
Sigo buscando en vano algún tema atractivo y me viene a la pantalla la figura heroica de los columnistas buceando a diario entre restos de noticias a las que sacarle punta. Al hilo de esto me pregunto qué pensarán los profesionales del periodismo sobre los amateurs que, sin jugarse nada, se encaraman gratuitamente a lo más alto de la columna y desde allí sermonean sobre el bien y el mal; sobre la falta de moral de la sociedad enferma; de los arribistas que bailan al son del plato de lentejas que más calienta o sobre la falta o exceso de talento y educación de los unos y de los otros. No, no quiero caer en la tentación. Prefiero no atribuirme la verdad del fiel de la balanza y no predicar desde una atalaya que sólo yo me adjudico. Al final ya se sabe que en la pista del gran espectáculo que es este mundo el payaso más tonto es el payaso listo.
Por último, descarto terciar en el debate abierto en este blog entre Ian y Morayma sobre la presencia inmanente de Dios en todas las cosas del cielo y de la tierra, empezando por nuestros corazones y terminando por nuestros bolsillos. Más que nada por no acabar con la cabeza y los pies calientes como el pobre Giordano Bruno en la Piazza Campo dei Fiori. Con el calor que hace sólo me faltaba eso. ¡Por Dios y todos los santos, que me quiten el abrigo!