EL ARTISTA, EL ESPECTADOR, EL CRÍTICO Y EL MERCADO

12 de octubre de 2009

El arte moderno se funda en el romanticismo con la aparición de un nuevo sujeto que expresa libremente su «genio», y con la asunción de la independencia de cada una de las disciplinas artísticas, que superan el viejo debate sobre qué arte imitaba mejor a la Naturaleza: Ut pictura poesis

En la escena del arte aparecieron cuatro nuevos actores: el pintor, que pretende leer la naturaleza desde su individual “genialidad” expresiva; el espectador, que con su mirada accedió por vez primera a la libre interpretación del cuadro; el crítico del arte, que glosa el fenómeno estético y lo teoriza; y finalmente el mercado del arte, con su voluntad de dominio.

Así pues, no sólo se trató de la aparición de un nuevo pintor, sino también de un nuevo espectador formado en los «salones» oficiales de las academias,  que hizo valer sus opiniones sobre el arte y sobre los artistas. Opiniones que por lo general, estaban conformadas por las ideas de los folletos explicativos de los «salones», que dieron lugar a un nuevo género literario, el de la crítica del arte, que pronto se extendió a la prensa, influyendo de forma decisiva en el incipiente mercado artístico.

El Impresionismo fue el primer gran movimiento capaz de congregar a todos estos actores. Innovador, colorista y visual, triunfó desde la marginalidad frente al artificio literario del clasicismo prerrafaelista, inaugurando una dinámica decisiva en el desarrollo posterior del arte: la secuencia de movimientos vanguardistas que se presentan como negación de sus predecesores. Al definirse en oposición a sus tradiciones, las vanguardias conciben la Historia como un teorema de progreso, en el que cada movimiento se entiende como superación del anterior, y aunque negaban el pasado, paradójicamente mantenían intactos los vínculos con sus respectivas tradiciones. Incluido Marcell Duchamp, cuya radical ruptura del espacio artístico no se entiende si no es como herencia legitima de los principios románticos de libertad creativa y de sacralización de lo cotidiano.

Al prescindir de la tradición, las vanguardias se desprendieron también del sustento que ésta les aportaba, por lo que necesitaron del apoyo teórico de los manifiestos fundacionales para explicar su razón de ser. Con ello, el arte moderno volvía la mirada a la verbalización, cerrando en círculo su propia historia, iniciada con la afirmación de su independencia como leguaje expresivo con respecto a la palabra.

El desenlace final ha sido la aparición de un cortocircuito generalizado entre el emisor, el medio y el receptor, en el que para que el espectador asuma el mensaje del artista se precisa de la explicación teórica de la palabra escrita.

Por último, subió al escenario la larga sombra del mercado.