12 de julio de 2009
Como no hay manera de que me quiten el abrigo de la foto, me fui a la Sierra de Gredos con Miguel Ríos y sus amigos a disfrutar del calorífico concierto y de las bajas temperaturas de la noche serrana. Espectacular puesta en escena y espectacular actuación de un Miguel Ríos mejor que nunca. Asociado con el talento de los nuevos artistas, y con la mejor tradición del rock y el pop español, sin jerarquías ni nostalgias, estuvo rabiosamente vivo.
Allí me contaron que para los músicos la alternativa a la crisis del disco está en volver a los escenarios, a la magia insustituible del directo. Pero fíjense hasta dónde llega la sinvergonzonería de las discográficas, que, como ya no es lucrativa la venta de discos, ahora pretenden cobrarle a los artistas un tanto por ciento de los beneficios obtenidos en cada concierto. ¡Menuda panda de caraduras!
Los gremios de editores de media España andan estas semanas remojándose las barbas ante lo que se les avecina. El e-book, por muy sofisticado que sea, aún no es capaz de suplantar al libro tradicional, pero es posible que en menos de un año esté en el mercado algo parecido al papel digital, y eso sí que empezará a cambiar los hábitos de lectura. Eso y, por supuesto, la realidad creciente del pupitre digital. Pero los editores, en lugar de reinventar el oficio y mirar con perspectiva de futuro, intentan obtener beneficios modificando los derechos de edición digital. O a lo peor es que consideran la batalla perdida y tratan de salvar los muebles mientras se implantan las nuevas fórmulas editoriales. Ya sabemos que los libros no se van a vender en una manta callejera, pero una vez que yo pague por “bajarme” un libro de internet, y lo tenga en el escritorio de mi ordenador, a ver quién me impide grabarlo o reenviarlo hasta el infinito. ¿Qué pretenden, una ley que frene y tare el libre acceso a las indiscutibles ventajas de la tecnología? ¡Parece mentira!
Y no hablemos de algunos galerístas de arte y de sus porcentajes leoninos: no les basta con hacerte pasar por las horcas caudinas de cobrarte el cincuenta por ciento del valor de la venta de tu obra, sino que después te vienen con que como se trataba de un buen cliente le tuvimos que rebajar un veinte por ciento, diez de tu parte y diez de la nuestra; que los marcos y el catálogo costaron más de lo presupuestado; que ya te pagaremos cuando nos termine de pagar el cliente. Pero, además de los efectos colaterales de la crisis, como a los galeristas les ha dado por jugar al juego de lo novedoso y se han erigido en los pontífices de lo que se llevará o se dejará de llevar el próximo otoño, han terminado por ahuyentar a los clientes. ¿Con qué cara le cuentas a un tipo que el año pasado se gastó la pasta gansa en una pieza de Menganito que este año ya no es lo que era, que ahora es Fulanita la que parte el bacalao? ¡Menuda panda!