SOBRE GUSTOS SÍ HAY MUCHO ESCRITO

31 de mayo de 2009

Sobre gustos si que hay escrita una amplísima bibliografía que empieza con Joseph Adisson, continúa con Baudelaire, Adorno, Benjamin, Kant, De la Volpe, Fajardo y puede completarse con nuestro querido Ignacio Henares, por ejemplo. Lo que ocurre es que, simplemente, no se ha leído. Esto, en principio, no es censurable, pues se trata de textos muy especializados y a veces engorrosamente traducidos, lo malo es cuando, amparados en los resbaladizos cimientos de la subjetividad con que necesariamente nos acercamos a  la obra de arte, emitimos juicios que nos retratan complacidos en nuestra ignorancia.

El gusto en estado puro, la mirada limpia que brota sin contaminación desde el interior del sujeto, no existe. El juicio estético es el resultado de una experiencia histórica determinada por la educación, la cultura, la moral y la ideología en general, que da cuenta de una forma específica de percibir e interpretar la realidad. La argumentación simplista sustentada en si me gusta o me deja de gustar esta obra, –como si se tratara de un postre o de un vino–, aunque sea el primer examen al que se somete el objeto artístico, no aporta nada sobre su condición de obra de arte. El feísmo es una opción estética. Uno puede vanagloriarse de parecerle  feo un cuadro de Picasso, pero, aunque feo, seguro que se trata de un buen cuadro. Y a la inversa, el retrato fiel de miss mundo no garantiza que el cuadro tenga la condición de obra de arte. Una mala escultura puede ser la más fotografiada de una ciudad, del mismo modo que una mala telenovela, emitida en un horario favorable, puede ser la más vista de la parilla.

Si bien los valores desde los que se edifica el gusto son inevitablemente históricos, en la obra de arte subyacen ciertos elementos que la definen como tal y que perduran a través de los tiempos. Se trata de combinaciones plásticas que encajan favorablemente en nuestro sistema sensorial y cognitivo –que también tiene su historia evolutiva– y que hilvanan una larga secuencia artística que comenzó con los caballos y los osos de la cueva de Chauvet hace treinta y dos mil años.

EL ENEMIGO ES EL TIEMPO

29 de mayo de 2009
Primero fueron mis hermanos los que se asomaron al espejo de mi cuarto de baño. Ahora es mi padre el que tiene la monomanía de afeitarse conmigo, tosiendo y renegando de un mundo que le resulta cada vez más extraño.
Todo empezó el día en que una chica me habló de usted al preguntarme la hora. Era el aviso temprano de que había empezado el implacable proceso de expropiación. Mi respuesta inmediata fue leerme todos los fancines habidos y por haber, y acudir a las últimas eposiciones, en un intento desesperado por recomponer la figura y no perder el paso de la juventud. Pero el cadáver siguió muriendo sin entender demasiado el mundo que le rodeaba. A pesar de que aún era joven y tenía la vida por delante, había empezado a envejecer culturalmente, y mi mundo, en el que hasta entonces todo parecía estar hecho a medida, empezaba a acumular tiempo en su espalda.
Los artistas deberíamos prepararnos para envejecer culturalmente. A cierta edad sientes que ya no tienes nada nuevo que decir porque piensas que lo has dicho todo. Perdida la capacidad de sorprenderte a ti mismo, dejas de confiar en lo que haces. De la misma manera que sabes que no ganarás Roland Garros, tomas consciencia de las pocas probabilidades que tienes de crear una obra nueva que te sorprenda y te rescate del tedio. Conoces los caminos y te sabes los atajos, por eso es tan difícil encontrar la calma en esta profesión en que para sobrevivir es necesario estar en permanente proceso de alumbramiento.
La desorientación ante las cosas de última hora te obliga al esfuerzo permanente de traducir un sistema de signos ajeno y en continua renovación, que convierte tu empeño, como en la aporía de Zenón, en un trabajo inalcanzable.
Se trata de una lección que tienes que aprender, pero que nadie te enseña.

CARNET DE SUMISO

24 de mayo de 2009

Me contaron que a mi padre, en algún momento de la guerra civil, lo arrestaron por un altercado que tuvo con un superior del estado mayor. Al parecer, el argumento que él sostenía era que si bien en el ejército podías entrar de soldado raso y salir de capitán general, en la universidad, por mucho tiempo que pases en la garita, no se asciende de bedel a catedrático. Nunca supe cuanto había de realidad y cuanto de leyenda familiar en aquella historia, pero lo cierto es que confirmaba la existencia de un ideal de independencia crítica, basado en la autoridad del individuo frente a la voluntad de la jerarquía, que me fue suministrado en el biberón con una mezcla de soberbia y de justicia con principio y fin en el Código Civil.

Tardé mucho tiempo en comprender que en la vida no todo el mundo participa de este ideal, y que hay personas que renuncian a su propia voz para diluirse en el coro de los grillos, abrigados en la confortable comodidad de la obediencia, con tal de ser admitidos como miembros de la orquesta. Cantando en el coro se encuentran como pájaro en mano, porque las melodías se trinan al unísono con una partitura común en la que no hay cabida para la disonancia. El sumiso, al renunciar a su voz de solista, evita cantar en su propio nombre, al tiempo que mantiene la ilusión de ser aceptado por el colectivo y querido por su director.

Me dice Willy Poulantzas, que Freud dice que el sentimiento de culpa está en la base del comportamiento del sumiso, al que encuadra en la categoría de masoquista moral, que no es otra cosa que la necesidad que algunos tienen de ser castigados para satisfacer sustitutivamente la culpa que sienten por no pertenecer a nada ni a nadie. Es decir, por ser libres.

Por suerte para mi, lo que se me dio por añadidura en aquel biberón familiar fue una fe de hierro en el poder del sujeto libre frente a la sociedad de los amos del cielo y de la tierra, y una rebeldía inconsciente hacia los manipuladores de la moral dominante.

“A distinguir me paro las voces de los ecos”.

CAMPOS DE SOLEDAD, FÚTBOL MODESTO

CAMPO DE LA FEDERACIÓN  Nº 2
CAMPO DE LA FEDERACIÓN Nº 2

22 de mayo de 2009

Con el paso del tiempo la ciudad les rodea como una serpiente lo hace con su presa. Edición menor del teatro de los sueños –metáfora exacta de la vida misma– se inclinan por instinto hacia la demarcación teórica del domingo, aunque su perfil desolado desvela su triste vocación de lunes. Mustio páramo de los barrios antiguos, entre la posición del medio volante y el carril del ocho, el largo cuello de una grúa presagia el fin del último partido.

CARNET DE MANIPULADOR

11 de mayo de 2009

Los niños, en su comportamiento, nos devuelven el retrato sin mascara de los adultos. Una de las cosas que más divierte de ellos es la desfachatez con que manifiestan envidia, celos, manipulación de sentimientos… Cuentan, que en algunos orfanatos, los niños no lloran porque desconocen el poder de convocatoria que el llanto encierra. Ese llanto es el principio de la interacción con un entorno que necesariamente ha de pasar por su ombligo. “No hay nada en el intelecto que antes no haya pasado por los sentidos”, predica un aforisma clásico para definir el método de conocimiento tamizado que cada cual tiene de la realidad. Pero a pesar de la singularidad con que aprehendemos el mundo, el hombre se ha asociado con otros hombres bajo las reglas del contrato social. La envidia, los celos y la manipulación tramposa resultan simpáticas en un niño de cuatro años, pero intolerables en otro ocho. Cuando estos comportamientos superan la barrera de los dientes de leche empiezan a convertirse en síntomas de patologías que pueden devenir enfermizas.

La más antipática de estas patologías es la del manipulador. En los manuales de psicología se advierte que la tendencia a la manipulación pervive en cada uno de nosotros de forma más  o menos latente. Lo que diferencia al manipulador patológico es que él, aunque es consciente de su conducta, no puede cambiar esa tendencia pues se trata de su principal mecanismo de defensa.

Al principio, el manipulador suele seducir a sus victimas con el halago, para terminar culpabilizándolas y trasladando sobre ellas la responsabilidad en nombre de ciertos vínculos familiares, éticos o profesionales. El manipulador tiene la habilidad de engañar sin mentir y suele transmitir sus mensajes envueltos en circunloquios sutiles y cizañasos que siembran la sospecha y la división. Esconde sus intenciones verdaderas tejiendo trampas y haciéndose la víctima para inducir culpabilidad. Desprestigia a los otros, critica y juzga sin parecer que lo está haciendo; falsea los hechos, niega la evidencia y no admite críticas. Utiliza la ignorancia de los demás y se piensa superior. Necesita estar al mando de la nave y no puede ceder el timón. Sólo satisface su autoestima cuando impone las reglas del juego.

Pese a todo esto, el manipulador es una persona insegura que elude la evaluación pública y se siente incómodo al relacionarse. Proyecta en los otros su inseguridad intentando demostrar que sólo él tienen razón. El manipulador vive en un insaciable círculo vicioso en el que no encuentra calma para el vacío interior que le causa su propia inseguridad. La necesidad de controlarlo todo no encuentra límites, por lo que su patología no tiene fin.

Dice Willy Poulantzas, mi psicólogo de cabecera, que para desactivar a un manipulador, hay que desmontar sus estrategias y no ceder a ellas. Aunque también dice que lo más saludable es poner tierra de por medio.