En el post “Movedizo, mudable y variable” del 1 de febrero de 2009, comenté que el futuro del libro de papel estaba asegurado mientras que no se inventara el ordenador-pantalla-hoja. Una pantalla, decía, que fuera como un folio que se pudiera doblar, almacenar, leer y guardar en el bolsillo. Unos meses después se extendió por los mercados del Planeta Tierra el e-book, con la firme intención de quedarse y mandar a la hoguera de los trastos viejos al libro de tinta impresa sobre papel. Pues bien, el ordenador-pantalla-hoja ya ha anunciado su llegada de la mano de un nuevo material llamado grafeno, amenazando seriamente el futuro del libro-libro y el del libro electrónico que hoy conocemos.
La Academia Sueca acaba de conceder el Nobel de Física a los científicos de la Universidad de Manchester, Andre Geim (Rusia, 1958) y Konstantin Novoselov (Rusia, 1974), por la confección del grafeno, “una estructura laminar plana, de un átomo de grosor, compuesta por átomos de carbono densamente empaquetados en una red cristalina en forma de panal de abeja mediante enlaces covalentes que se formarían a partir de la superposición de los híbridos sp² de los carbonos enlazados.” (Wikipedia)
Parece ser que el grafeno es la panacea de los materiales. Excelente conductor de electricidad y calor, supera con creces a cualquiera de los utilizados hasta el momento. “Es muy transparente, y tan denso que ni siquiera el helio (el átomo de gas más pequeño) lo atraviesa.” (EL PAÍS 25/10/2010). Con sólo un átomo de grosor, es ligero, enrollable y plegable. Tan duro como el diamante y doscientas veces más resistente que el acero. Puede ser un magnífico monitor al tiempo que un procesador diez veces más rápido que el de silicio. “La compañía Samsung, con ayuda de la Universidad Sungkyunkwa, de Corea del Norte, sacará el año próximo las primeras pantallas enrollables, táctiles y con circuitos invisibles.” (grafeno.com). Por su parte “IBM ha fabricado transistores que operan a frecuencias de 26 GHz. En febrero del 2010, la misma IBM anunció que la velocidad de estos nuevos transistores alcanzaba los 100 GHz.” (Wikipedia)
Pero no todos los expertos están de acuerdo a la hora de ensalzar las virtudes del nuevo material. “El célebre físico holandés Walt De Heer afirma que el grafeno nunca reemplazará al silicio. Nadie que conozca el mundillo puede decir esto en serio. Simplemente, hará algunas cosas que el silicio no puede hacer. Es como con los barcos y los aviones. Los aviones nunca reemplazaron a los barcos. (Wikipedia)
Mucho me temo que se nos viene encima un nuevo tiempo de incompatibilidades del tipo Vhs/Beta, LCD/Plasma, o Mac/Windows, con sus guerras de mercado y sus consecuentes daños colaterales al derrotado usuario.
UNA CUERDA CON 12 NUDOS
Hace unos años me enredé en la madeja sin fin de la albañilería doméstica. Como era de esperar perdí el dinero y la calma, pero a cambio gané algunos conocimientos útiles sobre la vida y las personas. Un día, al plantear el trazado de la solería del jardín, vimos que nos faltaba una escuadra con la que determinar el ángulo recto inicial. Entonces, un albañil al que llamaban Papaenrique tomó una cuerda, la dividió en doce segmentos iguales y la dobló formando un triángulo con un lado compuesto por 3 partes, otro por 4 y otro por 5. El resultado fue un perfecto triángulo rectángulo. Al ver mi cara de asombro, tomó orgulloso la cuerda y marcó tres nuevos puntos, esta vez a 60, 80 y 100 centímetros, los unió y volvió a trazar un triángulo rectángulo a partir del cual la solería fue creciendo exponencialmente. Tiempo después supe que la herramienta que Papaenrique manejaba era la cuerda de 12 nudos, y sus números mágicos el desarrollo práctico del teorema de Pitágoras.
Aquel albañil utilizaba un conocimiento milenario procedente de una tradición inmemorial. Doblando y desdoblando la geometría de la cuerda, los hombres maravillaron a los hombres y parcelaron el mundo. Excavaron canales en Mesopotamia y reconstruyeron las lindes del Nilo; edificaron zigurats en Ur y pirámides en Saqqara; elevaron anillos megalíticos en Castlerigg y Stonehenge; cimentaron puentes y acueductos; erigieron mezquitas y catedrales. Desde los ángulos de un ladrillo proyectaron las ciudades del imperio, trazaron calzadas, construyeron murallas y diques junto al mar.
Tan sencillo y tan complejo como dividir la cuerda en 12 tramos iguales y unirlos para formar un ángulo recto, o trazar una circunferencia de 12 radios para dividir el día, o pulsar al aire la cuerda de una lira y volver a pulsarla en el centro y dividir su longitud multiplicando la frecuencia de su vibración en una sucesión de armónicos que forman la escala diatónica Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si. Tan sencillo y tan complejo como que en un triángulo rectángulo el cuadrado de la longitud de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de las longitudes de los dos catetos.
MICROCEPHALIM Y ASPM SON LO QUE SOMOS
Durante cinco días ha vivido en mi estudio una mosca vulgar que tenía las alas demasiado pequeñas. Quizás por eso no molestaba, se limitaba a ir de un lado a otro con una parsimonia poco habitual. Del espejo al baño, del baño al techo, del techo al cristal de la ventana. He buscado en Internet información sobre las moscas y, además de sus nombres en latín y de su pertinaz tendencia a vivir entre heces, me entero de que el 50% de sus genes tienen equivalencias con los míos, y que uno de ellos, el ASPM, es responsable de que el cerebro humano haya experimentado un crecimiento tan espectacular en un tiempo biológico tan corto. Hace seis millones de años, por alguna razón desconocida –tal vez el azar, tal vez el sexo– nuestro cerebro comenzó un proceso de crecimiento vertiginoso en el tamaño y organización del córtex, que nos desgajó para siempre de la rama común de los simios. Dicen los neurobiólogos que este crecimiento fue impulsado por las sucesivas mutaciones positivas del mencionado gen ASPM y del gen Microcephalim, cuya ausencia o inactividad produce microcefalia, reduciendo el tamaño del cerebro al de un australopitécido.
Estas mutaciones positivas se extendieron con rapidez entre la especie, proporcionándole al hombre la ventaja definitiva de su inteligencia. Cada una de ellas dio lugar a notables mejoras en las facultades cognitivas, que posibilitaron mejoras en las condiciones de vida, que propiciaron la aportación de nuevos nutrientes para el cerebro, que de este modo aumentó sus facultades cognitivas, que, a su vez, le proporcionaron mejoras en sus condiciones de vida…
Hasta hace poco, los científicos mantenían que la presión de la evolución biológica del cerebro terminó con la aparición del “Homo sapiens”, dando paso a la presión de la “evolución cultural”. Pero en 2004, el profesor Bruce Lhan, de la Universidad de Chicago, hizo públicas unas conclusiones que contradecían esta hipótesis. Aseguraba Lhan que las dos últimas alteraciones en estos genes son tan recientes que continúan extendiéndose entre la población humana actual. La mutación del gen Microcephalim la fechó en unos 37.000 años, haciéndola coincidir con las transformaciones del Paleolítico Superior (pensamiento abstracto-simbólico, pinturas de Chauvet, flauta de Hohle Fels). La segunda variante favorecida, la del gen ASPM, la fechó en 5.800 años, concurrente con el apogeo de la civilización neolítica anterior a la aparición de las primeras concentraciones urbanas de Mesopotamia y Egipto.
Por último, Bruce Lhan especulaba con la posibilidad de que la transformación del gen Microcephalim no fuera causa del azar, sino que lo hubiese transmitido sexualmente un homínido arcaico llamado neandertal. No se qué habrá de cierto en esta hipótesis, pero de lo que estoy seguro es que después de aquella remota cita amorosa, cuando mamá sapiens y papá neandertal despertaron la mosca seguía allí.
MIRAR Y OÍR EN PERSPECTIVA
Las pinturas de Chauvet, Lascaux o Altamira parecen hechas por una mano experimentada en una larga tradición. Sin embargo, hasta el momento, no hay indicios de haberse producido una evolución lineal semejante a la que siguen en su aprendizaje los niños. Es como si de pronto algunos individuos hubieran desarrollado la habilidad de representar la naturaleza con unos códigos plásticos tan eficaces que aún permanecen vigentes.
Es obvio que el pintor de los caballos de Chauvet no conocía la línea horizontal ni la vertical, ni estableció un punto de fuga sobre el horizonte, ni concibió el espacio como el desarrollo de una progresión geométrica, y no obstante supo crear sobre la pared de la cueva la ilusión de profundidad superponiendo las cabezas de los caballos y separándolas con un trazo blanco para distinguir la que está delante de la que está detrás. A este recurso técnico aún le llamamos “traslapo”.
La flauta de Hohle Fels, con más de 40.000 años de antigüedad, consta de cinco agujeros que componen una escala pentatónica perfectamente cifrada. Sobre un hueso de buitre, una línea recta describe longitudinalmente una progresión que se subdivide en cinco marcas transversales que indican el punto exacto en el que debía hacerse cada una de las perforaciones. El constructor de esta flauta no sabía que la melodía que surgía de su instrumento lo hacía a partir de una progresión geométrica, pero sí sabía que aquel sonido le resultaría mágicamente bello siempre que hiciera los cinco orificios en el sitio correcto.
La necesidad de medir y catalogar la naturaleza introdujo, entre otras jerarquías, la de la ordenación geométrica. La línea vertical, por ejemplo, es una invención relacionada con del desarrollo de la cuerda neolítica que nos autodefine en el espacio como un eje de simetría perpendicular a una línea horizontal sobre la que nos desplazamos ordenando el mundo en abajo, arriba, derecha e izquierda.
Una vez que el hombre miró a su alrededor, aprendió a distinguir el horizonte del cielo, el murmullo de la melodía y lo mío de lo tuyo.
VER Y MIRAR
Es probable que la ciencia nos desvele muy pronto –si es que no la ha hecho ya– cómo y porqué ciertas combinaciones de sonidos o colores encajan favorablemente en nuestro sistema sensorial. Dicen los que saben de esto que nuestra mente no se alimenta de cosas, sino de aquello que las cosas tienen en común. Que hace abstracción de los datos percibidos en forma aislada y bidimensional, y los relaciona en progresiones geométricas para completarlos en un mapa tridimensional. Dicen también que el cerebro humano se siente especialmente cómodo trabajando con ese tipo de progresiones: una letra se asocia con otras y forma una palabra, que se une a otras que forman una oración, que se asocia con otras que forman una frase, que se asocia a un texto…
Parece ser que con las imágenes el cerebro, el neocortex, trabaja de la misma manera que lo hace con el lenguaje. Asocia y reordena en un entramado profundo y tridimensional los datos percibidos en crudo: un punto se asocia con otros para hacer una línea, que se asocia con otra para formar un ángulo que se une a otro y originan un triángulo, que se asocia con otro y crea un rectángulo, un poliedro, etc.
Leamos el siguiente texto: “Sgeún etsduios raleziaods por una Uivenrsdiad Ignlsea, no ipmotra el odren en el que las ltears etsen ecsritas”. Es evidente que a la tercera palabra el cerebro ha corregido y ordenado las letras recomponiéndolas en la forma correcta. Lo mismo ocurre cuando dibujamos lo que conocemos y no lo que de forma objetiva estamos viendo. Por ejemplo una solería tapada en parte por un mueble es reconstruida mentalmente en su totalidad según la lógica de la experiencia asumida. De igual forma, unas cuantas líneas en un papel se constituyen en el retrato de una persona, y una sucesión de círculos concéntricos representan la ilusión óptica de la profundidad espacial.
Pero esto no ha sido siempre así. La percepción visual también ha tenido una larga historia evolutiva que tuvo su disyuntiva crucial en la escisión entre el acto físico de ver y el acto intelectual de mirar. A partir de ese momento los humanos nos diferenciamos definitivamente del resto de la Naturaleza para convertirnos en espectadores de su portentoso espectáculo: bisonte, rayo, Luna o muerte.