Es probable que la ciencia nos desvele muy pronto –si es que no la ha hecho ya– cómo y porqué ciertas combinaciones de sonidos o colores encajan favorablemente en nuestro sistema sensorial. Dicen los que saben de esto que nuestra mente no se alimenta de cosas, sino de aquello que las cosas tienen en común. Que hace abstracción de los datos percibidos en forma aislada y bidimensional, y los relaciona en progresiones geométricas para completarlos en un mapa tridimensional. Dicen también que el cerebro humano se siente especialmente cómodo trabajando con ese tipo de progresiones: una letra se asocia con otras y forma una palabra, que se une a otras que forman una oración, que se asocia con otras que forman una frase, que se asocia a un texto…
Parece ser que con las imágenes el cerebro, el neocortex, trabaja de la misma manera que lo hace con el lenguaje. Asocia y reordena en un entramado profundo y tridimensional los datos percibidos en crudo: un punto se asocia con otros para hacer una línea, que se asocia con otra para formar un ángulo que se une a otro y originan un triángulo, que se asocia con otro y crea un rectángulo, un poliedro, etc.
Leamos el siguiente texto: “Sgeún etsduios raleziaods por una Uivenrsdiad Ignlsea, no ipmotra el odren en el que las ltears etsen ecsritas”. Es evidente que a la tercera palabra el cerebro ha corregido y ordenado las letras recomponiéndolas en la forma correcta. Lo mismo ocurre cuando dibujamos lo que conocemos y no lo que de forma objetiva estamos viendo. Por ejemplo una solería tapada en parte por un mueble es reconstruida mentalmente en su totalidad según la lógica de la experiencia asumida. De igual forma, unas cuantas líneas en un papel se constituyen en el retrato de una persona, y una sucesión de círculos concéntricos representan la ilusión óptica de la profundidad espacial.
Pero esto no ha sido siempre así. La percepción visual también ha tenido una larga historia evolutiva que tuvo su disyuntiva crucial en la escisión entre el acto físico de ver y el acto intelectual de mirar. A partir de ese momento los humanos nos diferenciamos definitivamente del resto de la Naturaleza para convertirnos en espectadores de su portentoso espectáculo: bisonte, rayo, Luna o muerte.