Elisabeth Llooyd, profesora en la Indiana University Bloomington, y filosofa de la biología evolutiva y de la epistemología feminista, pertenece a la corriente de historiadores y filósofos de la ciencia que mantienen que no todo lo que los humanos hemos llegado a ser en términos biológicos es consecuencia directa de la adaptación evolutiva, sino que ésta ha generado sus propios derivados que no tienen porqué mantener una relación causal con la supervivencia de la especie. Por ejemplo, los pezones de los mamíferos machos carecen de utilidad biológica y sin embargo permanecen en el pecho como “recuerdo” de las primeras etapas de gestación embrionaria compartida antes de la diferenciación de sexos. Prolongando su tesis, Elisabeth Lloyd investigó sobre el orgasmo femenino, (“The Case of the Female Orgasm: Bias in Evolutionary Science.” 2005) llegando a la conclusión de que mientras que el orgasmo masculino sí tiene una función reproductiva primaria, el orgasmo en las hembras no está relacionado de forma directa con el embarazo, sino que se trata de una derivación de la fisiología embrionaria compartida durante las ocho primeras semanas del feto humano. En el emparejamiento sexual se accionan mecanismos adyacentes al coito que tampoco tienen relación directa con la procreación, y que sin embargo constituyen parte esencial en la vida sexual de los humanos, coadyuvando, en segunda instancia, al fin último de procrear. Por ejemplo el sexo oral.
Después de estudiar innumerables casos prácticos, Elisabeth Lloyd concluye que menos de la mitad de las mujeres (42%) no experimentan asiduamente orgasmo durante el coito, y que ésta cifra descendería de forma considerable si se le restaran los que se producen por estimulación manual del clítoris en el acto sexual. Para Lloyd queda claro que no existe relación de causa efecto entre embarazo y orgasmo en las hembras humanas, y que de hecho éste se puede producir por auto estimulación del clítoris sin el concurso del pene. Claro que en éste asunto de la auto estimulación genital, los mamíferos masculinos tenemos una inveterada experiencia ajena también al concurso del clítoris y sus alrededores, sin que ello signifique que el fin último del orgasmo deje de ser la eyaculación fecundadora. Recuerdo al padre Roberto de mi colegio cuando nos decía con voz patibularia, que cada vez que nos masturbásemos equivaldría a estrellar a un niñito contra el suelo. En su discurso correctivo se olvidaba el hombre, nada más y nada menos, que del óvulo femenino.