LA VERGÜENZA DEL GUERRERO

ME dicen que ya están contratados el transporte y el seguro para que la obra de José Guerrero salga de Granada camino de un almacén madrileño. Será entre el 13 y el 17 de diciembre próximo, y se me cae el mundo encima y la cara de vergüenza, propia y ajena, con sólo pensar en la ignominiosa procesión de las cajas con los cuadros por la Calle de los Oficios; las fotos en la prensa, los titulares en los telediarios, los comentarios jocosos, el estigma sobre los granadinos. ¿Alguien se atreve a imaginar lo que ocurriría si en Barcelona se desmantelara la Fundación Antonio Tápies, o que en Hernani desguazaran el Chillida Leko, o, sin ir más lejos, que Málaga tirara por la borda el Museo Picasso?

En Granada tenemos la suerte de contar con un monumento excepcional que congrega a millones de personas con sólo pronunciar su nombre. Pero en el centro de la ciudad existe un circuito histórico, artístico y cultural de un nivel también extraordinario por su calidad y por lo variado de su oferta, que empieza en la propia Calle de los Oficios con el remozado Palacio de la Madraza, continúa con la Capilla Real, el Centro José Guerrero, el Palacio Arzobispal, el Sagrario, la Catedral y finaliza en la inacabable Fundación Federico García Lorca. Es decir, un paseo fascinante por seiscientos años de historia y cultura al alcance de muy pocas ciudades, que los granadinos deberíamos cuidar y potenciar en lugar de ningunear y dilapidar.

Siempre he defendido que esta ciudad no es distinta a otras y que en todas partes se cuecen las mismas habas, pero me estoy quedando sin argumentos. Las ciudades se parecen a sus políticos y éstos a sus conciudadanos. A lo peor es que así queremos que sean las cosas, y que así nos señalen más allá de la estación de autobuses. Pero no me conformo. Me niego a creer que este desenlace trágico sea el que deseamos los granadinos. Confieso que soy un progre trasnochado, un tonto ingenuo, que piensa que se puede hacer un esfuerzo más para salvar el Centro Guerrero, que no se han agotado todas las posibilidades, que aún hay esperanza. Por eso pregunto públicamente en qué ha quedado el compromiso del Ministerio de Cultura de España, dónde el de la Junta de Andalucía, dónde el del Ayuntamiento de Granada, dónde está la Universidad de Granada que no se le oye. ¿Es que toda posibilidad de arreglo ha terminado con el frustrado intento de CajaGranada por salvar la luminosa pintura de José Guerrero de las tinieblas de un contenedor en las afueras de Madrid o es que este desacuerdo es la coartada perfecta para lavarse las manos?

Quiero creer que todavía estamos a tiempo. A tiempo de apelar a la buena voluntad, a la generosidad, a la cesión en favor del banalizado bien común, a la sensatez de todas las partes. De lo contrario habrá que nombrar por su nombre a los protagonistas de este drama, desde la primera estrella hasta el apuntador, aunque sólo sea para evitar que sus borrones ensucien la imagen de Granada y de los granadinos.

Si nadie pone remedio a este disparate y se consuma la vergonzosa salida de los cuadros, y con ellos la liquidación del Centro de Arte Guerrero, yo estaré ese día en la Calle de los Oficios despidiéndolos, y en mi corazón no habrá sitio para el olvido y creo que tampoco para el perdón.

El silencio nos hace cómplices y corderos.