Hace años, en el escaparate de una tienda de muebles de la calle Bravo Murillo, vi un cuadro que era el vivo retrato de la imagen hecha ideología. Se trataba de una de esas pinturas de montería que remplazaron a las santas cenas de los cuartos de estar, imponiendo sobre los tresillos de España su desigual combate entre perros y ciervos. Pero aquel cuadro del escaparate incluía una sugestiva actualización del ideario popular. El pintor, atento al latir de su tiempo, había ido más lejos –o más cerca– sustituyendo el bosque, la jauría y el río, por el jardín, el perrito faldero y la piscina. En la escena nocturna un ciervo cruzaba la parcela de un chalet de montaña alumbrado por los destellos de óleo amarillo procedentes de unas farolas demasiado negras, y por el resplandor de la piscina iluminada. Nunca he vuelto a ver una representación más exacta de los ideales de aquella sociedad de los setenta, fatalmente abducida ya por el reclamo saduceo de las hipotecas.
En “El instinto del arte”, Denis Dutton cuenta cómo los artistas Vitaly Komar y Alexander Melamid fueron becados por el “Nation Institute” para determinar cuáles eran las preferencias estéticas dominantes en la población mundial. Para ello elaboraron el proyecto “Peoples Choice”, basado en un cuestionario aplicado en catorce países tan distintos y tan distantes como China, Islandia o Kenya. En el mencionado cuestionario se hacían un total de 32 preguntas sobre las cosas que les gustaba ver representadas en una imagen. Por ejemplo, cuáles eran sus colores favoritos; si preferían el arte tradicional o el moderno; si se inclinaban por las escenas de interior o los paisajes abiertos; qué estación del año les agradaba más, si optaban por animales salvajes o domésticos, si les interesaban los retratos de grupo o de personas aisladas, o si preferían el realismo a otras formas de representación. Según los responsables del estudio, el informe resultante habría de ser el reflejo inequívoco de las preferencias estéticas de dos mil millones de personas.
La conclusión a la que se llegó fue que los humanos actuales nos inclinamos, de forma invariable, por aquella imagen que contenga un paisaje abierto con presencia de agua, animales, algunas figuras humanas, y un 44% de azul como color predominante. Daba igual que el encuestado fuera keniata o estadounidense, las respuestas siempre conducían hasta ese paisaje de espacios abiertos, con hierbas bajas, algunos árboles, agua, animales y un horizonte abierto.
Komar y Melamid reunieron estos datos y agitaron la coctelera cáustica de su arte para pintar una serie titulada “Most Wanted” (el cuadro más deseado): “USA´s Most Wanted”, “Russia´s Most Wanted”, “Kenya´s Most Wanted”, etc. Se trata de cuadros cargados con una ironía corrosiva tan grande, que probablemente ninguno de los encuestados desearía tener sobre el tresillo de su cuarto de estar.