JULIA Y BONI

Pere Rovira es un poeta necesario y un amigo esencial. En su obra no hay sitio para la retórica, y en su corazón vive la lealtad de un hermano.

El perrito altanero del poema de Felipe Benítez se llamaba Boni, y en vida fue conocida no sólo por aparecer en mis cuadros, sino por ser vecina del Manolito gafotas de Elvira Lindo, y por saber más por vieja que por perra. Cuando apretaba el frío se metía bajo su manta, de donde salía sólo para hacer sus necesidades o subir al primer piso a la hora de acostarnos. De pronto, sin saber cómo, empezamos a encontrarnos la manta tirada al principio de la escalera. Pensamos que eran cosas de perra vieja, hasta que descubrimos que había aprendido a levantarse sin que se la cayera la manta del lomo, y así andaba abrigada por la casa justo hasta empezar a subir la escalera, donde, inevitablemente, la manta caía por su espalda abajo. La escena la vio Pere Rovira y ahora me la devuelve en este emotivo poema en castellano.

Pere decidió hace tiempo escribir sólo en catalán, su lengua natural, por eso el poema tiene el valor de una deferencia estimable y de un regalo muy especial para mi cuento chino.

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PERE ROVIRA

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Julia y Boni

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Julia, tú no la viste,

pero está junto a ti,

con su mirada triste,

lejos, lejos de aquí.

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En un país de oro,

te acompaña y te sueña,

y guarda tu tesoro,

aunque sea pequeña.

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Allí juega contigo

en los cuadros de Juan,

y ve las golondrinas

que siempre volverán.

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Con un gorro de plata

y con paso gandul,

quiere meter la pata

en tu balón azul;

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cuando llegan tus padres,

ella ladra, feliz;

si le dices: “no ladres”,

ríe con la nariz.

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Pues Boni era muy lista

y sabía reír,

y fue una gran artista

del arte de dormir.

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Con sólo oler el frío,

de la manta tiraba,

y nunca se hizo un lío:

se hacía una chilaba.

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Ahora tú la ves

dentro de un cuento chino,

muy formal, a tus pies;

o casi haciendo el pino,

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montando en bicicleta;

o es una exhalación;

o toca la trompeta

dentro del corazón.

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Pero antes, Coral,

Boni quiso ser perra,

y pasó por la tierra

sin hacer ningún mal.

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Por eso está en tu cuento

tan viva y bien pintada;

yo creo que no miento

si digo que es tu hada.

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Primavera de Oriente

del valle del Genil,

recuerda dulcemente

a una bestia sutil

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que quizás te añoró

antes de que nacieras

y durmiendo escapó

a otras primaveras.

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CHINOISERIE

En julio de 1997, Felipe Benítez Reyes escribió el poema “Planeta Juan Vida”. En él hacía un recorrido por las persona, animales y cosas que poblaban mis cuadros: bañistas linfáticos en mares que giraban como el tiempo, hombres de oscuro pasado, tigres elásticos, pezuñas de ciervos, frutas amargas y un perrito altanero que custodiaba la Nada. Ahora, para “Un cuento chino”, Felipe ha vuelto a sacar de su chistera de duende al perrillo hecho memoria para que acompañe a mi hija de cuadro en cuadro en su trayecto de la Nada a la plenitud.

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Chinoiserie

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En primavera,

Julia Vida juega a ser volátil

entre los pájaros que saben rimar

una égloga en el aire frondoso.

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En verano,

¿las estrellas son más de diamante

o más de agua, arcángeles o sirenas?

Las estrellas de su pelota añil,

en cualquier caso,

son doradas, como los ornamentos

de las pagodas susurrantes.

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En los otoños,

la niña equilibrista

corretea sobre la hojarasca de oro cansado

sin pisarla.

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En el invierno, recoge nieve del jardín

para que su padre Juan la pinte:

el retrato de la fugacidad,

el río en miniatura que se forma en el suelo.

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Y el perrillo expectante que los mira y lame el agua.

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FELIPE BENÍTEZ REYES

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TRES BOCETOS EN TINTA CHINA

La participación de Antonio Jiménez Millán en “Un cuento chino” era incuestionable. Él fue de los primeros en conocer el proyecto y suyas fueron algunas sugerencias fundamentales en la elaboración del texto final. Pero yo quería leer su palabra, conocer su reflexión, sentir su sentimiento a cerca de la experiencia de ser padre adoptivo. Una tarde, estando en su casa de Málaga, frente a las barcas que iluminan el mar de noche, le conté que mi hija me había dicho que el futuro estaba en China, y que más tarde me preguntó qué era el futuro. A la semana siguiente me llegaron los tres poemas.

En el correo de hoy he recibido el último libro de Antonio titulado Clandestinidad, (Colección Visor de Poesía). Casi al final se incluyen los «Tres bocetos en tinta china» con una dedicatoria inolvidable.

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TRES BOCETOS EN TINTA CHINA

Antonio Jiménez Millán

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1

La Estrella de Oriente

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No es preciso buscar

una imagen exótica de película antigua

ni una postal en sepia: Pekín bajo la nieve,

por ejemplo.

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Entra la luz del alba en un cuarto de hotel,

la misma luz que enmarca en las fotografías

las sendas del Palacio de Verano,

sus sombras indolentes de jardín modernista,

las copas de los árboles junto a la Gran Muralla,

el poder invisible en la Ciudad Prohibida

y el gris ceremonial de Tiannamen

con los paisajes de la multitud en orden.

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Esa luz permanece en el fondo de un cuadro.

Hay colores que miden la distancia

entre los sueños y la realidad,

entre un pasado muerto y un futuro improbable:

el cielo azul cobalto del crepúsculo,

el rojo intenso en la bandera alzada,

el verde reflejado en los cristales

con nostalgia de bosque o de tormenta.

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Hay una niña sola en la quietud de un parque,

sostiene entre las manos una esfera

que puede ser el mundo,

recuerda la inocencia del animal salvaje

que aún vive en nuestras fábulas,

se eleva sobre un rastro de edificios sombríos.

No es preciso volver a la frialdad

de un viejo calendario.

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Cómo cambia la vida,

si se deja guiar por la Estrella de Oriente.

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2

Barcas

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¿Qué se construye aquí, qué se levanta

en medio de la niebla?

Rafael Alberti (Sonríe China)

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Niebla contaminada, amarillenta

sobre los parques al amanecer.

Me llega todavía el calor húmedo,

sigo escuchando el ruido de la lluvia

en los tejados rotos de Chonqing.

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Mira ahora las barcas que iluminan

el mar de noche. Brillan a lo lejos.

Son ellas las que van a acompañarte

cada verano, a ti, que no recuerdas

los dragones de fuego,

las velas extendidas,

los juncos fantasmales del Yangtsé.

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3

El viento entre los álamos

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Esta tarde se escucha el viento entre los álamos.

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Cuando vuelven a casa,

encuentran un paisaje familiar

de colinas y acequias,

y el color del invierno con su brillo de nieve

es el eco distante de unos pasos

que cruzan el umbral de la fábrica en ruinas.

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Ventanas encendidas sobre el río,

agua que suena en el rumor templado

de las conversaciones,

gente con prisa huyendo hacia la noche

como un vuelo de pájaros

al borde del estanque.

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Tan lejos y tan cerca, el valle del Lijiang.

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El futuro está en China, dice Julia.

Poco después pregunta: ¿qué es el futuro?

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DOS RÍOS, UN AMOR

El tercer texto del catálogo de la exposición «Un cuento chino» es de Ángeles Mora. Como ya he dejado escrito en este blog, la generosa implicación de quienes han colaborado en él ha sido para mi una demostración de amistad y cariño que no olvidaré. Implicación que se desborda en el caso de Ángeles, a quien no le bastó con escribir un texto, sino que hizo dos. Uno en prosa y otro en verso.

Estas son sus palabras para Julia y para mi.

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DOS RÍOS, UN AMOR

1

Lo real maravilloso

Cervantes en la “Dedicatoria al Conde de Lemos” con que se abre el Segundo Quijote se inventó un cuento chino para defender su Quijote del falso Quijote de Avellaneda, que poco antes había cabalgado de forma espúrea por el mundo. Venía a decir aquel cuento que el emperador de la China le había enviado una carta en lengua “chinesca” para pedirle que le enviase su libro, pues había decidido fundar un Colegio donde se leyese lengua castellana y quería que el libro que se leyese fuera el de la historia de Don Quijote, rogándole además que él fuese el Rector de dicho Colegio. Naturalmente Cervantes decía no poder viajar hasta China por estar “muy enfermo” y “muy sin dineros”…

Lo más curioso es que aquel cuento chino acabó siendo de alguna manera verdad a lo largo de los tiempos, si consideramos cuántos “Institutos Cervantes” se han expandido por Oriente y Occidente para aprender castellano.

Este fascinante Cuento chino de Juan Vida, sin embargo, no es un cuento que Juan se haya inventado para mostrarnos la maravilla de su arte, sino que la fantasía que este cuento nos narra de forma tan mágica es la más real. Lo fantástico aquí es la realidad de una historia: un trozo de vida arrancado a un viaje. Toda vida es un viaje, el viaje hacia nosotros mismos. Y dentro de ese largo viaje existen muchas ramificaciones y recorridos. El viaje de ida y vuelta que aquí se nos cuenta es sencillamente el resultado de un viaje material y espiritual de occidente al oriente y del oriente a occidente. Del Valle del Genil al Valle del Lijiang. Y del Valle del Lijiang al Valle del Genil. El viaje plástico que estos cuadros nos ofrecen junto a la narración que crece deliciosamente al hilo de las imágenes, constituyen la materialidad del sueño de un hombre que quería ser padre y del sueño de una mujer que quiso ser madre. Nos cuenta la llamada misteriosa y la necesidad de ponerse en marcha. No por seguir a un destino previamente marcado: el destino no existe, existe la voluntad de construirlo, la necesidad de materializarlo, de inventar la hazaña que lo levante. Y esta ha sido una nueva, auténtica y crucial aventura a la caza, no del Vellocino de Oro sino de algo mucho más íntimo y definitivo: dar y recibir el amor más generoso.

Juan Vida tenía que escribir esa historia en el viaje de su vida. Es decir, vivirla hasta sus últimas consecuencias. Y como no sabe ni quiere guardar secretos, nos los abre ante nuestros ojos y así nos sorprende, lanzándolos a los cuatro vientos para que todos podamos compartir las cosas que más ama.

ÁNGELES MORA

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2

Otras palabras para Julia

Pensando en ti como ahora pienso

J. A. Goytisolo

Si tuviera el secreto de tus ojos

y tu risa, si fuera un pintor

y con mi paleta dorada

supiera dibujar un cuento

y trazar tu perfil

y el de los tigres y el bambú

meciéndose.

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Si fuera un equilibrista mágico

que cruzara la selva al vuelo

y las montañas grises y las nubes

leves me protegieran del macaco

de la dura mirada y los ojos vidriosos.

Si fuera un soñador soñando un sueño

que encendiera la casa azulada

que será tu casa y el campo amarillo

donde jugarás y el perro compañero

rodando en el triciclo de madera.

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Si tuviera el secreto de tu risa

y para ti escribiera las historias

de luchas y bullicio, el griterío

de los miles de pájaros que habitan

el aire del Genil, el laberinto

de ramas que se cruzan.

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Si yo fuera un pintor visionario

y me llamara Juan

Vida y fuera tu padre,

estaría radiante como el Rey Mago

que te trajo de Oriente

para enseñarte cuanto sabe.

Para que te asomaras feliz a sus ojos

en la esquina de un cuadro.

Para reír como tú ríes,

a carcajadas contigo,

con tu vestido blanco y tu bandera roja

para siempre.

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ÁNGELES MORA

UN CHINO CUENTA

El segundo texto que aparece en el catálogo de “Un cuento chino” salió de la cabeza prodigiosa y tocadísima de Alejandro Víctor García. Mi intención era que participaran en el catálogo todos aquellos que de alguna forma habían vivido el proceso de adopción cerca de nosotros. Alejandro es uno de esos amigos que junto a camareros, sastres, cantantes, pintores, poetas, médicos, hijos de amigos y esposas de camaradas, vivió con nosotros los meses que precedieron al viaje a China.

Este es su cuento:

UN CHINO CUENTA

“Dejaos de cuentos chinos”, dijo el hombre chino. “No existen. Sólo hay una historia inacabable que transcurre en una región mental a la que llaman China. Las infinitas vicisitudes del relato no son propiamente cuentos chinos sino partes de un todo formidable (y chino). Hay muchos chinos dentro de ese cuento. Pero además de todos los orientales que vivimos en él también hay occidentales que aspiran, como el Equilibrista, a convertirse en chinos y contar fábulas que quisieran ser chinas, es decir, finas, translúcidas y sentimentales como la cerámica. O se ponen chinas en los zapatos para cultivar rozaduras como si fueran martirios chinos. ¿Calzan las chinas chinelas? Casi nunca. Hay mucha confusión, pero todo es parte del mismo cuento. Abundan los fantasmas chinos que hacen apariciones chinas y asustan a la gente, que tiembla con el delicado estremecimiento de un flan mandarín. Todo esto ha contribuido a que cualquiera se sienta capacitado para escribir historias chinas sin ser legítimamente chino, quizá porque todos aspiran a ser un poco chinos (amarillos, quiero decir) o formar parte de su historia vertebral”.

“Esta es la verdad”, dijo con severidad el hombre. “Mucho antes de que el Equilibrista del cuento chino y su mujer vinieran a China y cruzaran su mirada en los bosques de Nanning con un macaco, que era un espía menor disfrazado de bestia, había empezado el cuento chino. Para llegar al capítulo en que Coral se llama Coral, para que sus pies menudos pesaran sobre el mundo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo. Por supuesto solsticios, equinoccios, paisajes lentos y dolorosos. Estamos hablando de hace 3.500 años, de la herencia de los Tres Augustos (Fuxi, Nuwa y Shenoonh) y de los cinco emperadores (el Amarillo, Zhuanxu, Diku, Tangyao y Yushun). Ahí está el origen del cuento. Tampoco hay que olvidar a las grandes dinastías, las que inventaron los carros de guerra tirados por caballos, las que se alzaron en armas para inventar el sistema de escritura shang. Las que idearon la lengua manchú y abrieron el comercio de la plata a América y Filipinas. Han, Jin, Sui, Tang, Song, Yuan, Ming, Qing. Y entre medias el concurso de mucha gente, millones y millones, que añadió su ínfima andanza personal para que el cuento chino tomara ese y no otro derrotero. Tuvieron que sucederse generaciones, imperios, revoluciones y satrapías; matrimonios, rupturas, adulterios y muertes repentinas. Marco Polo tuvo que escribir su Libro de las Maravillas. Y Henri Michaux, la historia del bárbaro en Asia. Y el americano David Kidd contraer matrimonio con la última aristócrata antes de la revolución comunista. Y que viniera Mao, el terror, el Gran Salto Adelante y la masacre de la plaza de Tiananmen. Un cuento a veces maravilloso, tedioso otras y también con capítulos sangrientos”.

“Todo para que un día”, dijo suspirando el hombre, “naciera por fin Coral en el valle de Lijiang, la noche más corta del año 4702, y el Equilibrista sintiera una señal en el estómago (en realidad fue en la vejiga) y dejara su valle remotísimo y emprendiera con su esposa un larguísimo viaje a un país enorme de cerca de diez millones de kilómetros cuadrados y eligiera entre tanto campo abierto, pensando que sus pasos los regía el azar y no la predestinación de la historia, una cuenca diminuta, y entre 1.300 millones de habitantes una sola niña china que sería Coral y luego Julia. Cuando hubo culminado la proeza (el viaje milenario de su carne) y tomado a la niña de la mano emprendieron el regreso a otro valle donde otros muchos aguardaban sin conciencia de esperar (trepando también cada uno por sus siglos y sus huesos hacia ese destino) la llegada de la pareja con la niña. Esperaban camareros, sastres, cantantes, pintores, poetas, médicos, hijos de amigos, esposas de camaradas. Esperaban la confluencia del cuento chino con ellos mismos. Con ellos, con sus corazones, con su sentido del tacto, con sus hijos, y los hijos de sus hijos”.

“En un rincón del estudio esperaban también impacientes las tablas y los lienzos. Esperaban más que a Coral o a Julia a su silueta. Y a la silueta del macaco y la tierna paleta de los colores que impregna a la niña que hace equilibrios sobre un balón con estrellas que parece el cielo de la infancia. Todos esperaban, incluida la lluvia, la llegada de la niña”.

“Sólo se escribe un cuento chino”, añadió el hombre cono tono profesoral, “cuando se está convencido de que la historia por fin ha acabado, la peripecia concluida y cada uno en su lugar, ejerciendo el papel que le ha sido reservado en la trama de ese pasaje parcial de la gran historia. Entonces se dice o se pinta el cuento. Pero es otro error, porque el cuento chino sigue, no se detiene. Busca los rápidos del río, los grandes saltos de agua. Y lleva (nos lleva) a Coral, a todos, tira de nosotros. Y una vez en las entrañas del cuento ya no puedes volver atrás porque el cuentos sigue, nos empuja con su aullido interminable. Hasta el jardín o hacia los despeñaderos. Y la historia parece que no acabara nunca”.

ALEJANDRO VÍCTOR GARCÍA