LA COLCHA CHINA

Pepa Merlo es, sin duda, una de las personas a la que mi hija le tiene más ley. Desde muy pequeña se siente fascinada por sus historias y por los efectos especiales que despliega cuando las cuenta. Pero Pepa Merlo es, sin duda también, uno de los últimos descubrimientos literarios. Por esto, y por muchas cosas más, quise que su palabra estuviera presente en el catálogo de “Un cuento chino”. Este es su relato:

.

PEPA MERLO

.

Se necesitaban dos mujeres para extender la colcha sobre aquella cama gigantesca. Antes habían sacudido con fuerza y mullido, hasta devolverle de nuevo su forma, los tres colchones de lana que hacían inaccesible para un niño la escalada. Después, dejando los postigos entreabiertos, echaban las cortinas y la penumbra envolvía el cuarto. Por la ranura de la puerta podían verse reverberar los hilos dorados. Como en un ritual, guardaban la ropa de invierno y rescataban del arcón la de verano, vestían la cama con la colcha china y el tiempo y el mundo se transformaban. Entonces los niños teníamos prohibido trepar y saltar en la cama.

La magia del universo estaba en aquellas pequeñas barcas de bambú que, con sus farolillos, cruzaban lentas bajo un arco de madera. En una de ellas había un pescador. Estaba apoyado en una espadilla de grandes dimensiones que hundía en el agua para desplazarse y hasta podía vislumbrarse el bamboleo de las luces colgantes. Bajo un sombrero cónico de paja, asomaba el cabello largo y blanco de su barba. Frente a él, un jardín inmenso ascendía por la ladera de un monte cuya cúspide la coronaba un edificio palaciego. Un pájaro pequeño reposaba en la rama de un árbol no demasiado frondoso. El pico abierto y la cabeza ligeramente elevada, simulaba el movimiento del cuerpo con el trino. Sobre las tablas de un pequeño puente, una mujer caminaba de espaldas al lago y, aunque no había ninguna señal, yo sabía que era la emperatriz.

Fueron capaces de elaborar el escenario del edén tramando hilos de seda policromados. Decenas de cuadrados que repetían una y otra vez la misma secuencia. Fascinada por aquellas imágenes, abría con sigilo la puerta del cuarto, arrimaba el reclinatorio hasta un lateral de la cama y lo usaba como escalera. Allí subida, con los pies sobre la xilografía que formaba las iniciales de mi madre, permanecía horas contemplando e imaginando el mundo que se narraba en intensos colores. Luego, años después, alguien me regaló un cuento: El ruiseñor de Hans Christian Andersen y, para mi sorpresa, reconocí en las ilustraciones el jardín del Emperador, la avecilla irisada que es reemplazada cruelmente por un pájaro mecánico y gordo con incrustaciones de piedras preciosas. A las imágenes, se unían entonces las palabras que llegaban para enriquecer mi paraíso propio.

Ahora, que la edad de la infancia quedó lejos, que mi abuela ya no está, que desapareció su casa, su cuarto, la colcha china y mi cuento, se presenta esta colección de cuadros de Juan Vida para devolverme al elíseo, convirtiendo los lienzos en tapices de seda. Y ahí están perfectamente narrados y pintados al detalle los paisajes y los personajes del cuento oriental con todos sus elementos. Una historia de cambio, de miedo e incertidumbre pero, como no podía ser de otro modo, con final feliz. La emperatriz de gesto altivo y majestuoso, el dragón encarnado en la imagen del perro de presa, un dogo argentino, que aparece huyendo siempre, frente al perrito que guía y protege y permanece quieto junto a la niña. El Yin y el Yang. Las montañas del valle de Lijiang representadas sutiles y entre una niebla de ensueño con su palacio inaccesible en la cumbre, y que, sin embargo, en la realidad parecen extraños personajes que se incorporan y se desprenden, como de una zamarra, del letargo de los siglos. El pájaro de mil colores cuya presencia fundamental acompaña a la figura de la niña. Es como el ruiseñor, el toque de alegría y de seguridad. El circo chino, con su gran carpa y sus equilibristas.

Toda la imaginería posible de un occidental sobre la cultura oriental, construida con fuertes pinceladas que ocultan animales atigrados caminando vencidos y con la cabeza gacha, figuras difuminadas bajo el rojo de la bandera local. La utilización de intensos azules, granates, rojos, dorados, el verde fulgente y el gris tenue de la niebla, en definitiva, con colores que nos seducen y van predisponiendo el ánimo para la narración.

Aquí están, señores, magistralmente unidas: la imagen perfecta, la palabra exacta.