Todas las noches pierdo la razón, me desvanezco en sombra, me ausento en silencio, me vuelvo inconsciente. Pero cada mañana vuelvo a ser el mismo yo protagonista de una mente autobiográfica que gobierna su consciencia, el sujeto que sabe quién es y qué piensa. Todos los días, al menos una vez, vuelvo a reconocer mi cuerpo y mi razón, a recordar lo que he sido hasta ayer y lo que tendré que hacer mañana. A veces tardo en reconocer dónde estoy, y por la ventana de mi dormitorio entran la luz y las voces de la casa de mis padres. Despierto de nuevo en la infancia como si mi yo tardará en reiniciarse, como si los interminables circuitos neuronales de la memoria eligieran otras conexiones anteriores a las que me sitúan en el aquí y ahora de cada despertar.
Un mal día alguien no acude a la cita. El pliegue de una cicatriz, el hematoma escondido de un golpe antiguo o la concentración maliciosa de unas células alteran el funcionamiento del cerebro, y la mente se confunde, y la consciencia se pierde, y el ser en sí mismo que construyó su autobiografía se repliega en la sombra ausente de un cuerpo que ya no es enteramente el ser que fue.
¿Qué cosa será la mente, y la conciencia de qué materia tan poderosa y frágil estará hecha?