Juan Vida

Blog del pintor y diseñador gráfico granadino

¿MENTIR NOS HIZO HUMANOS?

Del origen del lenguaje se ha hablado mucho. Debates apasionados animaron discursos sobre indicios que dieron lugar a conjeturas, que alumbraron hipótesis cargadas de razón o de literatura. Por eso es saludable que la ciencia actual intervenga en la conversación con su objetividad menos apasionada. La secuenciación del genoma humano ha determinado que la presencia del gen FoxP2 es un factor imprescindible, aunque no el único, para que exista la capacidad de lenguaje. Con este descubrimiento se abre un espacio de objetividad y certeza inexistente hasta el momento: si no aparece el FoxP2, sencillamente no es posible el desarrollo normal del lenguaje.

Pero aunque la genética molecular acote definitivamente las posibilidades, pienso que, por mucha certeza que tengamos sobre cuándo pudimos hablar, esto, por sí sólo, no aclara las preguntas concernientes a la secuencia histórica, ni anula la totalidad de las hipótesis existentes. Por eso conviene preguntar a la ciencia tradicional por los requisitos anatómicos que son necesarios para hablar y cuándo los homínidos dispusieron de ellos, a sabiendas de que una cosa es poder emitir las señales de un mensaje y otra muy distinta convertirlas en símbolos.

Gran parte de los mamíferos emiten sonidos que sus congéneres oyen e interpretan. El cercopiteco verde de Costa de Marfil, conocido como Mono Campbell, emite tres sonidos distintos a partir de una misma raíz a la que añade tres sufijos diferentes para avisar si el peligro es una serpiente, un depredador terrestre o si la amenaza viene por el aire, a lo que el grupo de monos reacciona de forma consecuente. Pero si bien es cierto que el cercopiteco no reacciona a la llamada de atención como individuo sino como especie, el empleo de una señal con una raíz única a la que añade tres sufijos que alteran forma y significado lo acerca mucho, tal vez demasiado, al que pudo ser el origen de nuestro protolenguaje.

En la evolución todo obedece a una dinámica que se retroalimenta poniendo en relación al órgano y su función. A la capacidad de producir sonidos debe corresponder la capacidad de oírlos y de interpretarlos. Es posible que, en efecto, el diafragma del niño de Turkana no pudiera pautar el flujo de aire con la precisión necesaria, y que su garganta estuviera aún demasiado alta para articular sonidos como lo hacemos nosotros, pero el andar erguido había empezado a modificar lo suficiente la posición de su laringe y la base de su cráneo como para que su morfología ya no fuera semejante a la de ningún simio.

En las profundidades de la Sima de los huesos, en Atapuerca, aparecieron los restos de cinco homínidos de hace 350.000 años. Uno de ellos, enterrado en arcilla muy fina, conservaba excepcionalmente los huesos del oído medio, martillo, yunque y estribo. A este homínido, encuadrado en la categoría de Homo heidelgergiense, antecesor remoto del neanderthal, no se le supone un parentesco directo con el hombre actual, y sin embargo la estructura de su oído dicen los expertos que genera una curva de sensibilidad auditiva coincidente con la nuestra, lo que evidencia que aquellos homínidos pudieron comunicarse con sonidos emitidos en la misma frecuencia con la que nosotros hablamos. Más tarde, también en el yacimiento de Atapuerca, aparecieron dos huesos hioides pertenecientes a dos heidelbergiensis de hace medio millón de años. El hallazgo de estos dos huesos venía a confirmar la veracidad de la hipótesis. Los hioides son huesos propios de los mamíferos que sirven para mover lengua y laringe al ingerir impidiendo que el alimento penetre por la tráquea. En los humanos también sirven para producir el habla, lo que les ha moldeado una morfología específica distinta a la de los primates. De esta forma sabemos que, al menos hace medio millón de años, los antepasados de los neandertales habían desarrollado su anatomía para emitir sonidos de forma más o menos articulada, y para oírlos en las misma frecuencia que lo hacemos los humanos modernos. Esto no quiere decir que hablasen, pero, por supuesto, anula cualquier hipótesis contraria.

Llegado este punto, cabe preguntarse que si los homínidos que permanecieron en África desarrollaron mediante un proceso independiente la misma facultad de hablar que el heidelbergiense europeo, es justo pensar que los cimientos primigenios del habla deben buscarse en un antepasado común a los dos linajes anterior a la gran emigración, lo que nos llevaría a un tronco ancestral africano muy remoto. De lo contrario se podía inferir la hipótesis improbable de que el Homo sapiens no tuviera desarrollada la facultad de hablar y que la adquirió al relacionarse con el neandertahal hace sólo 40.000 años.

Ya sabemos que el mono Campbell añade tres sonidos diferentes a partir de una misma raíz para comunicar la procedencia de la amenaza. Pues bien, se ha comprobado que algunos de estos monos han aprendido a engañar a sus colegas con mensajes falsos que provocan la estampida del grupo, momento que aprovechan para robarles el alimento. Este comportamiento ya no es una simple reacción instintiva a un estímulo, es, ante todo, conocer que el otro mono dispone de una mente similar a la suya, y prever de forma estratégica cual será su reacción para obtener un beneficio individual. No es sólo un engaño animal, es una mentira pronunciada que nos pone frente a la duda de admitir que el germen inicial del protolenguaje existe en el ancestral tronco común de los primates, y ante la terrible posibilidad de que la mentira esté en el inicio de la facultad que nos define y distingue a los humanos del resto de la Naturaleza.

Juan Vida

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