Terminada la exposición “Obra fechada”, dejé el realismo social, la militancia política y la Universidad. Un día de abril de 1979, decidí cruzar las líneas y romper el cerco. Cerré los libros, escondí los lápices, me olvidé del dibujo y abracé el color más abstracto para empezar de cero. Pero la realidad inclemente me enseñó que el dibujo no era el problema sino la solución, y regresé a la figuración por otro camino y con otras compañías. Para entonces la vida era ya un acontecimiento feliz que nacía intacto cada día. Todo estaba por hacer y teníamos el tiempo por delante.
Estos dibujos forman parte del Cuaderno de Polaroid (1982), y reflejan la intensidad de los primeros ochenta: pura alegría de pintar, pura alegría de vivir.
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