La novedad de vivir de la pintura me inyectó un ímpetu creativo que culminó en la colección expuesta en la Galería Almirante en septiembre de 1990. Eran cuadros de medio y gran formato en los que las imágenes se asociaban sobre el lienzo narrando el comienzo enigmático de una historia que el espectador debería completar según su particular experiencia. Aquellos cuadros certificaban una primera madurez definitivamente alejada de la “alegre inocencia» del comienzo de la década y de los sobrios cuadros de “Álbum”. Mi obra se había vuelto melancólica y enigmática en base al ensamble de imágenes en apariencia inconexas surgidas del fondo asociativo de mi memoria. Pero mientras ese acumular imágenes fue, en efecto, un ejercicio de memoria, un sondear el fondo en busca de asociaciones envenenadas, la cosa fue divertidamente creativa. Una vez aprendido el camino, el viaje se fue haciendo predecible y la aventura se convirtió en rutina. Así, por ejemplo, en el cuadro Sistema solar se aprecia un cierto manierismo en el tratamiento de la figura del hombre que anuncia ya el final de la veta.
Nada me resulta más aburrido que pintar sin encontrar en cada cuadro algo nuevo.
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Entre los herbívoros se encuatra el caballo. (1990) T/M sobre lienzo. 245 x 195 cm.
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Los mamíferos carnívoros. (1990) T/M sobre lienzo. 195 x 150 cm.
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Proceso industrial. (1990) T/M sobre lienzo. 190 x 150 cm.
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El hombre desciendo del mono. (1990) T/M sobre lienzo. 190 x 150 cm.
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Sistema solar. (1990) T/M sobre lienzo. 185 x 145 cm.
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