Borrar también es pintar. Durante 1988 seguí trabajando en la senda creativa que había empezado a hilvanar al volver de Nueva York. La idea de partida era negar una idea de partida. Es decir, no abocetar ni pensar expresamente ningún tipo de forma o argumento, y que fuera la acumulación de materia e imágenes la que condujera al cuadro definitivo. Pero siempre hay una referencia, una idea previa de cómo han de ser las cosas. Desde la elección del soporte al empleo del disolvente, todo deviene de un modelo anterior. Se pinta porque se ha visto pintura (¿y los pintores de Chauvet?).
Trabajé algunos cuadros sobre lona cruda con la intención de encontrar un soporte que diera la misma inmediatez que tiene el lápiz sobre el papel. Trazaba dibujos con negro y sanguina conté para desdibujarlos después con aceite de linaza y disolvente universal. Este material, el disolvente, abrió ante mi una nueva extensión por la que avanzar en el tratamiento de las superficies. Ya no se trataba sólo de borrar acumulando capas de pintura, sino de diluirlas y emborronarlas sobre el lienzo, creando una especie de grisalla de veladuras sobre la que empezaban a surgir huecos en los que situar las imágenes. Algunos cuadros se transformaron, otros desaparecieron para siempre. Estos que aparecen aquí son algunos de los que pinté en 1988, y que expuse entre junio y julio de ese año en la Biblioteca Municipal de Las Rozas de la mano de Luisa García Ferrer.
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El viajero (1988). T/M sobre lona. 140 x 200 cm.
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Sin título. (1988). T/M sobre lona.
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Sin título. (1988) T/M sobre lienzo.
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Sin título. (1988) T/M sobre lienzo.
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