TRES BOCETOS EN TINTA CHINA

La participación de Antonio Jiménez Millán en “Un cuento chino” era incuestionable. Él fue de los primeros en conocer el proyecto y suyas fueron algunas sugerencias fundamentales en la elaboración del texto final. Pero yo quería leer su palabra, conocer su reflexión, sentir su sentimiento a cerca de la experiencia de ser padre adoptivo. Una tarde, estando en su casa de Málaga, frente a las barcas que iluminan el mar de noche, le conté que mi hija me había dicho que el futuro estaba en China, y que más tarde me preguntó qué era el futuro. A la semana siguiente me llegaron los tres poemas.

En el correo de hoy he recibido el último libro de Antonio titulado Clandestinidad, (Colección Visor de Poesía). Casi al final se incluyen los «Tres bocetos en tinta china» con una dedicatoria inolvidable.

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TRES BOCETOS EN TINTA CHINA

Antonio Jiménez Millán

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1

La Estrella de Oriente

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No es preciso buscar

una imagen exótica de película antigua

ni una postal en sepia: Pekín bajo la nieve,

por ejemplo.

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Entra la luz del alba en un cuarto de hotel,

la misma luz que enmarca en las fotografías

las sendas del Palacio de Verano,

sus sombras indolentes de jardín modernista,

las copas de los árboles junto a la Gran Muralla,

el poder invisible en la Ciudad Prohibida

y el gris ceremonial de Tiannamen

con los paisajes de la multitud en orden.

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Esa luz permanece en el fondo de un cuadro.

Hay colores que miden la distancia

entre los sueños y la realidad,

entre un pasado muerto y un futuro improbable:

el cielo azul cobalto del crepúsculo,

el rojo intenso en la bandera alzada,

el verde reflejado en los cristales

con nostalgia de bosque o de tormenta.

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Hay una niña sola en la quietud de un parque,

sostiene entre las manos una esfera

que puede ser el mundo,

recuerda la inocencia del animal salvaje

que aún vive en nuestras fábulas,

se eleva sobre un rastro de edificios sombríos.

No es preciso volver a la frialdad

de un viejo calendario.

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Cómo cambia la vida,

si se deja guiar por la Estrella de Oriente.

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2

Barcas

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¿Qué se construye aquí, qué se levanta

en medio de la niebla?

Rafael Alberti (Sonríe China)

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Niebla contaminada, amarillenta

sobre los parques al amanecer.

Me llega todavía el calor húmedo,

sigo escuchando el ruido de la lluvia

en los tejados rotos de Chonqing.

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Mira ahora las barcas que iluminan

el mar de noche. Brillan a lo lejos.

Son ellas las que van a acompañarte

cada verano, a ti, que no recuerdas

los dragones de fuego,

las velas extendidas,

los juncos fantasmales del Yangtsé.

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3

El viento entre los álamos

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Esta tarde se escucha el viento entre los álamos.

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Cuando vuelven a casa,

encuentran un paisaje familiar

de colinas y acequias,

y el color del invierno con su brillo de nieve

es el eco distante de unos pasos

que cruzan el umbral de la fábrica en ruinas.

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Ventanas encendidas sobre el río,

agua que suena en el rumor templado

de las conversaciones,

gente con prisa huyendo hacia la noche

como un vuelo de pájaros

al borde del estanque.

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Tan lejos y tan cerca, el valle del Lijiang.

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El futuro está en China, dice Julia.

Poco después pregunta: ¿qué es el futuro?

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DOS RÍOS, UN AMOR

El tercer texto del catálogo de la exposición «Un cuento chino» es de Ángeles Mora. Como ya he dejado escrito en este blog, la generosa implicación de quienes han colaborado en él ha sido para mi una demostración de amistad y cariño que no olvidaré. Implicación que se desborda en el caso de Ángeles, a quien no le bastó con escribir un texto, sino que hizo dos. Uno en prosa y otro en verso.

Estas son sus palabras para Julia y para mi.

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DOS RÍOS, UN AMOR

1

Lo real maravilloso

Cervantes en la “Dedicatoria al Conde de Lemos” con que se abre el Segundo Quijote se inventó un cuento chino para defender su Quijote del falso Quijote de Avellaneda, que poco antes había cabalgado de forma espúrea por el mundo. Venía a decir aquel cuento que el emperador de la China le había enviado una carta en lengua “chinesca” para pedirle que le enviase su libro, pues había decidido fundar un Colegio donde se leyese lengua castellana y quería que el libro que se leyese fuera el de la historia de Don Quijote, rogándole además que él fuese el Rector de dicho Colegio. Naturalmente Cervantes decía no poder viajar hasta China por estar “muy enfermo” y “muy sin dineros”…

Lo más curioso es que aquel cuento chino acabó siendo de alguna manera verdad a lo largo de los tiempos, si consideramos cuántos “Institutos Cervantes” se han expandido por Oriente y Occidente para aprender castellano.

Este fascinante Cuento chino de Juan Vida, sin embargo, no es un cuento que Juan se haya inventado para mostrarnos la maravilla de su arte, sino que la fantasía que este cuento nos narra de forma tan mágica es la más real. Lo fantástico aquí es la realidad de una historia: un trozo de vida arrancado a un viaje. Toda vida es un viaje, el viaje hacia nosotros mismos. Y dentro de ese largo viaje existen muchas ramificaciones y recorridos. El viaje de ida y vuelta que aquí se nos cuenta es sencillamente el resultado de un viaje material y espiritual de occidente al oriente y del oriente a occidente. Del Valle del Genil al Valle del Lijiang. Y del Valle del Lijiang al Valle del Genil. El viaje plástico que estos cuadros nos ofrecen junto a la narración que crece deliciosamente al hilo de las imágenes, constituyen la materialidad del sueño de un hombre que quería ser padre y del sueño de una mujer que quiso ser madre. Nos cuenta la llamada misteriosa y la necesidad de ponerse en marcha. No por seguir a un destino previamente marcado: el destino no existe, existe la voluntad de construirlo, la necesidad de materializarlo, de inventar la hazaña que lo levante. Y esta ha sido una nueva, auténtica y crucial aventura a la caza, no del Vellocino de Oro sino de algo mucho más íntimo y definitivo: dar y recibir el amor más generoso.

Juan Vida tenía que escribir esa historia en el viaje de su vida. Es decir, vivirla hasta sus últimas consecuencias. Y como no sabe ni quiere guardar secretos, nos los abre ante nuestros ojos y así nos sorprende, lanzándolos a los cuatro vientos para que todos podamos compartir las cosas que más ama.

ÁNGELES MORA

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2

Otras palabras para Julia

Pensando en ti como ahora pienso

J. A. Goytisolo

Si tuviera el secreto de tus ojos

y tu risa, si fuera un pintor

y con mi paleta dorada

supiera dibujar un cuento

y trazar tu perfil

y el de los tigres y el bambú

meciéndose.

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Si fuera un equilibrista mágico

que cruzara la selva al vuelo

y las montañas grises y las nubes

leves me protegieran del macaco

de la dura mirada y los ojos vidriosos.

Si fuera un soñador soñando un sueño

que encendiera la casa azulada

que será tu casa y el campo amarillo

donde jugarás y el perro compañero

rodando en el triciclo de madera.

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Si tuviera el secreto de tu risa

y para ti escribiera las historias

de luchas y bullicio, el griterío

de los miles de pájaros que habitan

el aire del Genil, el laberinto

de ramas que se cruzan.

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Si yo fuera un pintor visionario

y me llamara Juan

Vida y fuera tu padre,

estaría radiante como el Rey Mago

que te trajo de Oriente

para enseñarte cuanto sabe.

Para que te asomaras feliz a sus ojos

en la esquina de un cuadro.

Para reír como tú ríes,

a carcajadas contigo,

con tu vestido blanco y tu bandera roja

para siempre.

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ÁNGELES MORA

UN CHINO CUENTA

El segundo texto que aparece en el catálogo de “Un cuento chino” salió de la cabeza prodigiosa y tocadísima de Alejandro Víctor García. Mi intención era que participaran en el catálogo todos aquellos que de alguna forma habían vivido el proceso de adopción cerca de nosotros. Alejandro es uno de esos amigos que junto a camareros, sastres, cantantes, pintores, poetas, médicos, hijos de amigos y esposas de camaradas, vivió con nosotros los meses que precedieron al viaje a China.

Este es su cuento:

UN CHINO CUENTA

“Dejaos de cuentos chinos”, dijo el hombre chino. “No existen. Sólo hay una historia inacabable que transcurre en una región mental a la que llaman China. Las infinitas vicisitudes del relato no son propiamente cuentos chinos sino partes de un todo formidable (y chino). Hay muchos chinos dentro de ese cuento. Pero además de todos los orientales que vivimos en él también hay occidentales que aspiran, como el Equilibrista, a convertirse en chinos y contar fábulas que quisieran ser chinas, es decir, finas, translúcidas y sentimentales como la cerámica. O se ponen chinas en los zapatos para cultivar rozaduras como si fueran martirios chinos. ¿Calzan las chinas chinelas? Casi nunca. Hay mucha confusión, pero todo es parte del mismo cuento. Abundan los fantasmas chinos que hacen apariciones chinas y asustan a la gente, que tiembla con el delicado estremecimiento de un flan mandarín. Todo esto ha contribuido a que cualquiera se sienta capacitado para escribir historias chinas sin ser legítimamente chino, quizá porque todos aspiran a ser un poco chinos (amarillos, quiero decir) o formar parte de su historia vertebral”.

“Esta es la verdad”, dijo con severidad el hombre. “Mucho antes de que el Equilibrista del cuento chino y su mujer vinieran a China y cruzaran su mirada en los bosques de Nanning con un macaco, que era un espía menor disfrazado de bestia, había empezado el cuento chino. Para llegar al capítulo en que Coral se llama Coral, para que sus pies menudos pesaran sobre el mundo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo. Por supuesto solsticios, equinoccios, paisajes lentos y dolorosos. Estamos hablando de hace 3.500 años, de la herencia de los Tres Augustos (Fuxi, Nuwa y Shenoonh) y de los cinco emperadores (el Amarillo, Zhuanxu, Diku, Tangyao y Yushun). Ahí está el origen del cuento. Tampoco hay que olvidar a las grandes dinastías, las que inventaron los carros de guerra tirados por caballos, las que se alzaron en armas para inventar el sistema de escritura shang. Las que idearon la lengua manchú y abrieron el comercio de la plata a América y Filipinas. Han, Jin, Sui, Tang, Song, Yuan, Ming, Qing. Y entre medias el concurso de mucha gente, millones y millones, que añadió su ínfima andanza personal para que el cuento chino tomara ese y no otro derrotero. Tuvieron que sucederse generaciones, imperios, revoluciones y satrapías; matrimonios, rupturas, adulterios y muertes repentinas. Marco Polo tuvo que escribir su Libro de las Maravillas. Y Henri Michaux, la historia del bárbaro en Asia. Y el americano David Kidd contraer matrimonio con la última aristócrata antes de la revolución comunista. Y que viniera Mao, el terror, el Gran Salto Adelante y la masacre de la plaza de Tiananmen. Un cuento a veces maravilloso, tedioso otras y también con capítulos sangrientos”.

“Todo para que un día”, dijo suspirando el hombre, “naciera por fin Coral en el valle de Lijiang, la noche más corta del año 4702, y el Equilibrista sintiera una señal en el estómago (en realidad fue en la vejiga) y dejara su valle remotísimo y emprendiera con su esposa un larguísimo viaje a un país enorme de cerca de diez millones de kilómetros cuadrados y eligiera entre tanto campo abierto, pensando que sus pasos los regía el azar y no la predestinación de la historia, una cuenca diminuta, y entre 1.300 millones de habitantes una sola niña china que sería Coral y luego Julia. Cuando hubo culminado la proeza (el viaje milenario de su carne) y tomado a la niña de la mano emprendieron el regreso a otro valle donde otros muchos aguardaban sin conciencia de esperar (trepando también cada uno por sus siglos y sus huesos hacia ese destino) la llegada de la pareja con la niña. Esperaban camareros, sastres, cantantes, pintores, poetas, médicos, hijos de amigos, esposas de camaradas. Esperaban la confluencia del cuento chino con ellos mismos. Con ellos, con sus corazones, con su sentido del tacto, con sus hijos, y los hijos de sus hijos”.

“En un rincón del estudio esperaban también impacientes las tablas y los lienzos. Esperaban más que a Coral o a Julia a su silueta. Y a la silueta del macaco y la tierna paleta de los colores que impregna a la niña que hace equilibrios sobre un balón con estrellas que parece el cielo de la infancia. Todos esperaban, incluida la lluvia, la llegada de la niña”.

“Sólo se escribe un cuento chino”, añadió el hombre cono tono profesoral, “cuando se está convencido de que la historia por fin ha acabado, la peripecia concluida y cada uno en su lugar, ejerciendo el papel que le ha sido reservado en la trama de ese pasaje parcial de la gran historia. Entonces se dice o se pinta el cuento. Pero es otro error, porque el cuento chino sigue, no se detiene. Busca los rápidos del río, los grandes saltos de agua. Y lleva (nos lleva) a Coral, a todos, tira de nosotros. Y una vez en las entrañas del cuento ya no puedes volver atrás porque el cuentos sigue, nos empuja con su aullido interminable. Hasta el jardín o hacia los despeñaderos. Y la historia parece que no acabara nunca”.

ALEJANDRO VÍCTOR GARCÍA

DESPUÉS DE «UN CUENTO CHINO»

Siempre he considerado que un cuadro nos cuenta más del pintor que de lo representado en él. Terminada en Granada la exposición Un cuento chino me quedo con algunos detalles inolvidables. La fidelidad y el cariño que las amigas y amigos a quien pedí colaboración me han demostrado, las palabras emocionadas de algunos espectadores y el haberme contado mi propia historia para poder contársela a mi hija después.

Más adelante, cuando el tiempo permita observar con perspectiva los hechos, volveré a hablar sobre la exposición. Ahora voy a copiar en este medio los textos que enriquecen el catálogo del cuento chino. Empiezo por el principio, es decir, con el de Andrea Villarrubia.

Ni hao

Conocimos a Julia Shan recién llegada de China. Aún no sabía hablar, pero cuando la saludé y, después de besarla, le dije ni hao, que en chino quiere decir hola, y que fue la primera expresión que aprendí al iniciar nuestra estancia en Beijing. En ese momento percibí un destello en sus ojos, que me observaron con sorpresa e intriga. No he olvidado aquella mirada. Era la primera vez desde su llegada a España, y después de su largo viaje, que escuchaba lo que sus oídos estaban acostumbrados a oír, pero en ese momento, en la plaza de Bibarrambla, y dichas por una extraña, esas palabras causaron estupor en una niña refugiada en los brazos de su madre.

He recordado aquella escena con motivo de la nueva exposición de Juan Vida, cuyo asunto central, monográfico, es la historia del viaje a China en busca de su hija, Julia Shan. No es la primera vez que Juan Vida ha reflejado en sus cuadros aquella experiencia, pero hasta ahora las referencias habían sido esporádicas, diseminadas en exposiciones y catálogos. Eran preludios de lo que un día llegaría. Ahora, aquel viaje y aquel encuentro reclaman toda la atención y todo el protagonismo.

Los cuadros expuestos pueden ser mirados como estampas de una confidencia sentimental, de una historia cuyo sentido más profundo proviene de la felicidad de la relación de Juan Vida con Julia Shan. Para quienes emprenden un incierto viaje al otro extremo del mundo en busca de una hija, todo lo que sucede en el trayecto queda grabado en su memoria de una manera indeleble. No sólo los colores, los sonidos o los aromas, sino también las palabras, las incertidumbres o los sueños previos al encuentro. Hay quienes limitan esa experiencia al ámbito privado o incluso la confinan silenciosamente en la memoria personal, pero hay quienes, como ocurre con Juan Vida, tienen la voluntad y la potestad de mostrarla recreada, engrandecida.

El título de la exposición, Un cuento chino, puede confundir. En nuestra imaginación, un cuento chino está asociado a la inverosimilitud, la desproporción, el engaño. Juan Vida juega con esa locución y la dota de un nuevo sentido. Convierte su ‘cuento chino’ en sinónimo de verdad, amor, esperanza. Como muchos cuentos, la exposición narra la historia de un logro, un acontecimiento cuyo escenario es China. Las ficciones, como otras formas de arte, lejos de desfigurar la experiencia la iluminan, la hacen más ordenada y comprensible. Pero aunque los cuentos hablan de la realidad de un modo sutil e indirecto no ocultan su esencia. Al contrario, la resaltan. Las imágenes que conforman este cuento permiten entender mejor lo que no siempre es evidente, lo que suele quedar en la penumbra de la intimidad.

Como tantos padres, a los que gusta inventar historias en las que los hijos están involucrados en la trama, Juan Vida narra una historia en la que su hija es la protagonista. Sin embargo, a diferencia de tantos cuentos nocturnos improvisados, en los que los hijos son trasladados a espacios figurados y remotos, la exposición invierte el itinerario y da cuenta del ingreso de Julia Shan en los lugares domésticos de sus padres. El escenario de este renovado ‘cuento chino’ es el valle del Genil, el espacio cotidiano donde se desarrollará su vida en adelante. Es ahí, entre cerros y alamedas, donde la naturaleza despliega sus enseñanzas, donde la voz del padre desvela y guía. Conocer el nuevo hogar es fundamental para moverse no sólo en el espacio físico sino en la inestable geografía de los sentimientos. La hija debe aprender las claves de un territorio desconocido y ese conocimiento es el mejor legado que un padre puede otorgarle. Y aunque ella es la destinataria de esa historia de vacilaciones y expectativas,  y aprendizajes, los espectadores de la exposición, al mirar los cuadros y leer los textos, se convierten de inmediato en testigos de la confidencia. A ellos, curiosos y anónimos paseantes, también confía el pintor la experiencia que alteró su vida como pocas veces ocurre.

Lo que Un cuento chino muestra es algo tan delicado como el sentimiento de la paternidad, el ejercicio de una actividad que tiene que ver con el afecto, la protección y la educación. Los cuadros y los textos son aperturas a emociones y pensamientos que, por lo general, se ocultan por pudor. Porque la exposición, aunque se refiere a una hija, habla en realidad de un padre. De la memoria y las esperanzas de un padre. Lo que los cuadros muestran y los textos narran es la conmoción sentimental que provoca el encuentro de un padre con una hija y los sueños que la hija despiertan en él. Las imágenes y las palabras son una declaración de amor y también una declaración de intenciones. El padre pinta sus recuerdos y escribe sus deseos. Recuerda la ansiedad, la búsqueda, el viaje, el encuentro; desea el bienestar, la memoria, el conocimiento, la felicidad. La memoria alienta los propósitos, de la misma manera que los propósitos avivan la memoria.

Hay en el texto una mención significativa. Al hilo de la narración de su memoria como padre, Juan Vida desliza una referencia a su historia como hijo. La relación con su padre –un tema recurrente en muchos de sus cuadros– aparece tenuemente en el relato. El tacto de la mano de su hija en la suya le evoca el tiempo en que él era quien escondía su pequeña mano en la de su padre. Su infancia se presenta como un motivo de reflexión y estímulo. Mirar atrás es una forma de seguir adelante. De ese modo, presente y pasado se conciertan, se dan la mano.

Juan Vida, que suele contar hermosas historias mediante la pintura, ha querido en esta exposición utilizar el lenguaje verbal para extender el sentido de lo que los propios cuadros y sus títulos indican. Poner palabras a ese relato de amor paternal entraña riesgos, entre otros, el desbordamiento sentimental. A menudo, la frontera entre la intensidad emocional y el artificio es muy endeble. La contención y la exactitud necesarias para hacer creíble la narración de la felicidad pueden verse sustituidas por estereotipos verbales que la vuelven amanerada y endeble. Hablar de la desdicha es menos comprometido, siempre parece menos proclive a la afectación. En las historias de amor, y más aún si se relacionan con la infancia, lo menos es siempre más. Juan Vida ha sabido sortear los obstáculos.

Es a la vez excitante y comprometido observar el proceso de creación de un artista. O más específicamente, el proceso de escritura de un pintor que trata de añadir palabras a sus imágenes. Es excitante porque se asiste a la ardua tarea de la elaboración de un discurso verbal que dé cuenta más o menos fiel de un proceso paralelo de pintura. Y es comprometido porque siempre se teme que cualquier intervención externa altere el proceso. La conversación aparece entonces como una oportunidad para la reflexión compartida. Y ése ha sido el privilegio que hemos tenido.

Los textos y los cuadros de Un cuento chino narran un tránsito personal de la tristeza a la felicidad, de la ausencia a la plenitud. El protagonista de ese trayecto es un hombre –¿acaso un pintor?– que se considera a sí mismo un ‘viejo equilibrista’. ¿Por qué un equilibrista? Podríamos entenderlo como sentimiento y metáfora. El equilibrista es alguien que transita por la cuerda fina y tensada sabiendo que cualquier descuido puede ser fatal. Tal vez sea la definición que mejor cuadre a alguien que tiene conciencia de la insuficiencia de una vida sin continuidad filial. El equilibrista del cuento se sabe vulnerable pero también confiado. Por eso no duda en emprender el viaje que lo conducirá al lado de la cuerda, es decir, al otro lado del mundo. Al comienzo de una regeneración. Al final de la travesía, el equilibrista sabe que encontrará la seguridad, la firmeza que otorga la compañía de la hija. El riesgo se vuelve así un acto de amor, una promesa.

Un amor que busca manifestarse no sólo en caricias y protección sino en palabras. El equilibrista muestra una gran confianza en la potestad educadora de las palabras. Espera que hablándole a su hija de colores, formas, sonidos, animales, ríos, historia, sueños… pueda inculcarle inteligencia, curiosidad, pasión, memoria. Las palabras aparecen como una bienvenida, como una garantía de apertura al mundo. Expresan los íntimos deseos de quien sabe que el conocimiento otorga libertad y fortaleza. Y también comprensión. De ahí su afán por lograr que su hija no olvide de dónde viene y dónde vive.

La exposición Un cuento chino puede verse y leerse como una confesión íntima, pero también como una historia abierta, que alienta la evocación y el descubrimiento. El desplazamiento de la mirada del lienzo al texto y del texto al lienzo permite a los espectadores entender más profundamente la imaginación de un padre, de un pintor que rememora y anhela.

ANDREA VILLARRUBIA

UN CUENTO CHINO, 14

110-1-MINI

En el valle del Lijiang, la noche más corta del 4702, año del Mono de la Madera, nació una niña a la que llamaron Coral. Según el calendario chino los años regidos por el Mono de la Madera –madera sobre hierro– son turbulentos y provechosos, como la naturaleza misma del animal que los gobierna y la disonante relación entre el elemento madera y el elemento metal que la destruye. Cuentan en Oriente que los nacidos bajo éste signo son intuitivos, inteligentes, extrovertidos y memoriosos; que saben perdonar, pero  no olvidan.

Lejos deORIENTE-MINI aquel valle, en la penumbra de una casa sin día, vivía un equilibrista al que una sombra negra había borrado la risa. Cierta mañana, cuando el Sol encendía el palacio de la colina roja, una mujer se presentó ante él y le dijo: “Oriente”. Después señaló un lugar en el aire y fijó con puntualidad exacta la hora de una cita.

El equilibrista103-1-MINI corrió sin pausa hacia la salida del Sol, atravesó siete aros de fuego por continentes de hielo y tundra, y llegó por fin al valle ardiente de los tigres y el bambú.

En los bosques de Nanning cruzó su mirada con la de un macaco. Dicen que en el fondo de esos ojos se encuentra nuestro espejo más antiguo, pero lo que aquel hombre vio fue un desprecio feroz y el deseo agazap108-1-MINIado de reescribir el comienzo del Génesis.

Mientras tanto, cerca de los bosques, en la quietud de cera de un parque dormido, sometido el perro, la memoriosa Coral olvida y espera.

A la hora señalada del día de la cita, sobre la esfera azul de los astros cardinales, dejando muchedumbres milenarias en el verde esmeralda del río, surgi111-1-MINIó luminosa la Estrella de Oriente.

–No tengas miedo, dijo el equilibrista. Te he esperado desde el origen del tiempo para nacer en tu pupila y decir tu nombre. Nada temas –le murmuró convincente al oído–, subiremos a la Muralla y cruzaremos fugaces el firmament112-1-MINIo hasta que muera el día.

Terminado el viaje, la tomó en sus brazos y le fue diciendo: –Ven, ésta es tu casa. En verano jugarás en el amarillo que hay junto a la puerta, y desde las ventanas verás cómo los pájaros de la mañana despliegan sus alas para alcanzar las ramas más altas. Al principio de uno en uno, des-104-1-MINIpués en bandadas frenéticas se reconocen y agrupan disputándose un lugar desde el que empezar el día. Todas las mañanas igual: pardillos contra estorninos, mirlos contra vencejos, palomas contra palomas y urracas contra todos. A veces el aire se estremece con la sombra del halcón y crece el silencio bajo la envergadura poderosa del águila. Al caer la tarde vuelven con estruendo a las ramas más altas, y se reconocen y agrupan disputándose un lugar donde pasar la noche. Los estorninos caen sobre los álamos, las grajillas se esconden en las rocas, las urracas acechan los nidos y la calma crece con la oscuridad. Todo vuelve a su sitio, todo queda ordenado en el valle del Genil.

Transcurrid102-1-MINIo algún tiempo, cierto día sintió la mano de Coral cobijarse en la suya, y se vio de niño caminar junto a su padre, y una palabra triste se le enredó en la garganta.

–En las mañanas de otoño iremos despacio hasta el colegio y te enseñaré, antes de que aprendas la aritmética del verbo, cómo los días se acortan en noviembre y cómo en marzo brotan las primeras hojas. Que debajo del a109-1-MINIsfalto que pisamos hay un mosaico con delfines antiguos y una fuente con un grifo de bronce; y acequias que regaron los huertos; y casonas con escudos y patios donde descansaron los amos del mundo; y que muy cerca de allí, entre los juncos de una tarde amarilla, un hombre joven se conmovió extrañado al pensar su propio nombre.

Con el esmero del labrador que abona la tierra, el equilibrista dejaba caer sus palabras.105-1-MINI

–Caminaremos junto al río crecido por las lluvias del invierno que arrastran barro y piedras desbordando acequias, anegando huertas y cortando caminos. Te diré que este valle fue una montaña por donde la lluvia y la nieve limaron las rocas y sedimentaron el lodo hasta hacerse una cuna por la que llegar al mar. Aprenderás que los brazos de los pájaros se cubrieron de plumas para poder volar, y que los dedos de nuestra mano adaptaron su06-1-2-MINI forma a la función de coger las cosas con destreza. Quisiera explicarte, hija mía, que las leyes primordiales de la materia construyeron el mundo que vemos, pero prefiero que mis palabras calen como la lluvia fina sobre la tierra fértil, y sientas en tu corazón la belleza irrepetible de este atardecer.

–Mírame101-1-MINI, escucha y no olvides –le previno una sola vez como el que extiende un bálsamo o dicta un testamento–. Viajarás abrazada a tu historia entre lienzos de oro y mares de seda. Serás Oriente en Occidente.

Después del invierno, el Sol del equinoccio repartió por igual sus rayos sobre el mundo, devolviendo a los pájaros el color de sus plumas, el brillo a los ojos del perro altanero que guardaba el ingenio, el verde a la semilla 107-1-MINIseca, y al agua la vida nueva. Desde el fondo blanco de las curvas del río, llegó por fin la primavera.

Un día le dijo: ponte seria, y ella pintó de oro el ánimo en penumbra del viejo equilibrista.