UN CUENTO CHINO, 12

101-1

Después del invierno, el Sol del equinoccio repartió por igual sus rayos sobre el mundo, devolviendo a los pájaros el color de sus plumas, el brillo a los ojos del perro altanero que guardaba el ingenio, el verde a la semilla seca, y al agua la vida nueva. Desde el fondo blanco de las curvas del río, llegó por fin la primavera.

UN CUENTO CHINO, 11

106-1–Mírame, escucha y no olvides –le previno una sola vez como el que extiende un bálsamo o dicta un testamento–. Viajarás abrazada a tu historia entre lienzos de oro y mares de seda. Serás Oriente en Occidente.

UN CUENTO CHINO, 10

105-1

Con el esmero del labrador que abona la tierra, el equilibrista dejaba caer sus palabras.
–Caminaremos junto al río crecido por las lluvias del invierno que arrastran barro y piedras desbordando acequias, anegando huertas y cortando caminos. Te diré que este valle fue una montaña por donde la lluvia y la nieve limaron las rocas y sedimentaron el lodo hasta hacerse una cuna por la que llegar al mar. Aprenderás que los brazos de los pájaros se cubrieron de plumas para poder volar, y que los dedos de nuestra mano adaptaron su forma a la función de coger las cosas con destreza. Quisiera explicarte, hija mía, que las leyes primordiales de la materia construyeron el mundo que vemos, pero prefiero que mis palabras calen como la lluvia fina sobre la tierra fértil, y sientas en tu corazón la belleza irrepetible de este atardecer.

UN CUENTO CHINO, 9

109-1

Transcurrido algún tiempo, cierto día sintió la mano de Coral cobijarse en la suya, y se vio de niño caminar junto a su padre, y una palabra triste se le enredó en la garganta.
–En las mañanas de otoño iremos despacio hasta el colegio y te enseñaré, antes de que aprendas la aritmética del verbo, cómo los días se acortan en noviembre y cómo en marzo brotan las primeras hojas. Que debajo del asfalto que pisamos hay un mosaico con delfines antiguos y una fuente con un grifo de bronce; y acequias que regaron los huertos; y casonas con escudos y patios donde descansaron los amos del mundo; y que muy cerca de allí, entre los juncos de una tarde amarilla, un hombre joven se conmovió extrañado al pensar su propio nombre.