No se trata de copiar la realidad física de los patios de la Alhambra, sino de convocar sobre el lienzo la dimensión simbólica que les acompaña: el arrebato romántico, el casticismo chirriante de las postales para turistas, las zambras de escote y navaja, los cuentos de Washington Irving… Se trata, ante todo, de inventar un artificio que el espectador ha de percibir como real y verdadero. Por ejemplo, un viajero que recuerda haber visto un improbable amanecer naranja sobre los estanques de la Alhambra, y se congratula junto al artista de captar el «embrujo» del monumento.
El pintor no debe imitar la Naturaleza, sino construir una nueva realidad de la misma.
Patio de los Arrayanes, puerta norte (1996). T/M sobre lienzo, 158×158 cm.
Patio de los Arrayanes, puerta sur (1997). T/M sobre lienzo, 162×130 cm.
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Patio de los Arrayanes a primera hora de la mañana (1997). T/M sobre lienzo, 162×146 cm.
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El Partal (1997). T/M sobre lienzo, 162×146 cm.
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