5 de noviembre de 2009
El 18 de septiembre de 2005, en un bosque de Guangxi, al sur de China, crucé la mirada con este mono. Se trata de un macaco Rhesus (Macaca mulatta), primate que vive en grupos de entre diez y setenta individuos, bajo una estricta jerarquía social dirigida por un macho dominante. Alcanza una estatura media de 60 centímetros y tiene un rabo de unos 30 de longitud. Su esperanza de vida oscila en torno a 25 años y se dice que su inteligencia es similar a la de un niño de tres o cuatro: egoísta, caprichoso y cruel. Es omnívoro, y aunque su medio natural es el bosque tropical, con frecuencia se acerca a los turistas en busca de alimento y esquilma los sembrados originando tumultuosas trifulcas.
Los macacos Rhesus han sido utilizados en múltiples experimentos científicos. Rhesus fueron los monos cosmonautas que rusos y norteamericanos lanzaron al espacio; de las iniciales de su apellido nació la denominación de origen «RH» para los grupos sanguíneos; en enero de 2000 vino al mundo Tetra, el primer macaco clonado, y en 2001 lo hizo ANDi, el primer mono trufado con genes de medusa; en 2007 se completó la secuencia de su genoma con el que los humanos compartimos alrededor del 93%, así como un posible antepasado común muerto hace 25 millones de años.
En el fondo de sus ojos hay quien dice haber visto nuestro espejo ancestral, pero lo que yo vi en su mirada fue un desprecio feroz y el deseo agazapado de reescribir el comienzo del Génesis.
El mono de los ojos como hojas (2008). Técnica mixta sobre lienzo. 200 x 142 cm.