LA CITA Y LO CITADO

27 de febrero de 2009

El artista nos habla con el idioma antiguo de la línea y el color. Su historia no se cuenta con palabras, se cuenta con los signos de un lenguaje primitivo al que llamamos Pintura.
La Pintura es contenido y forma indisolublemente unidos. No es posible dividirla en imagen y en forma. Lo uno y lo otro son un todo íntimamente encadenado. Así, por ejemplo, no podemos creer que el arremolinado y pastoso cielo de un cuadro de Van Gogh es ajeno a la intención meditada o presentida del artista de hablarnos de su atormentada visión del mundo; o que la pincelada corta, densa, ensimismada y autista de un cuadro de Edward Hooper no es la fórmula a la que el artista recurre para hablarnos de la lentitud del paso del tiempo en una triste habitación de hotel; o que la aplicación insistente del color en amplios campos de veladuras de Marck Rothko no es la fórmula ideada por él para comunicar espiritualidad y recogimiento. Incluso en los episodios de la Historia del Arte en los que el debate plástico no está en lo matérico de la pintura, –pensemos en Andy Warhol–, lo plano de la superficie del cuadro es una decisión premeditada en términos formales para emitir su mensaje de la manera más eficaz. Del mismo modo que una escultura no es su fotografía, ni una foto es su reproducción de imprenta, un cuadro no es sólo su imagen, sino que es un todo que pesa sobre la tierra y que está compuesto por forma e imagen sólidamente imbricadas.
Aunque estas reflexiones parezcan obvias, conviene no perder de vista la verdad que encierran sus premisas en tiempos en los que se le otorga más interés a la cita bibliográfica que el sujeto citado. Tiempos en los que el glosador se presenta como el curador que ordena e ilumina las tinieblas del caos supuestamente azaroso de la creación plástica, reduciendo al artista a una suerte de noble bruto al que por casualidad le ha sonado la flauta.