Cuando en 1993 expuse por primera vez en la galería Trindade, Oporto mantenía vivo su encanto mestizo de ciudad portuaria, a caballo entre la influencia británica y el recuerdo colonial de sus gentes y sus costumbres. Versión doméstica del estilo manuelino, con sus fachadas de azulejos y sábanas colgando de los balcones de forja; los cables del tranvía rayando como un lápiz el cielo húmedo y oceánico; el verdín lamiendo la piedra; los tullidos de otro tiempo al amparo de la caridad del paseante que desciende desde la Sé hasta la rotunda presencia del puente que une las dos orilla del Duero. En una, el ajetreo del mercado callejero y las vendedoras de ostras; en la otra, las bodegas con letreros de apellidos ingleses y la silueta negra del hombre de Sandeman que vigila desde los tejados cobrizos el paso de algún barco distraído. Sobre el agua, los viejos rabelos enseñan su pasado al viajero.
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Puente de Don Luis I, orilla izquierda. T/M sobre lienzo. 185 x 195 cm.
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Puente de Don Luis I, orilla derecha. T/M sobre lienzo. 185 x 195 cm.
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Oporto desde la orilla izquierda. T/M sobre lienzo. 162 x 195 cm.
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Oporto, desembocadura del Duero. T/M sobre lienzo. 162 x 195 cm.
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Oporto. T/M sobre papel. 114 x 74 cm.
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