8 de mayo de 2009
Siempre me ha parecido injusto culpar al genoma granadino de los fracasos reiterados a que se ven abocadas las iniciativas de progreso en esta ciudad. Creo que las personas somos todas muy parecidas y nuestro comportamiento social también lo es, con independencia de dónde hayamos nacido o en dónde vivamos. Malasombras y cenizos los hay por todo el mundo, lo único que cambia, y no es poco, es la escala con que se miden.
Es sabido que en las sociedades pequeñas el roce y la costumbre empeoran las cosas. Cuando Jesús Quero se hizo con la alcaldía de Granada, un antiguo compañero de colegio me dijo, asombrado, que cómo era posible que hubiera llegado a ser alcalde si había jugado con él un montón de veces al billar. El hombre se ponía a sí mismo de medida y encontraba que aquello no era admisible. En otra ocasión, un matrimonio en edad de prejubilación, comentaba delante del monumento al aguador que hay entre la calle Pie de la Torre y la Plaza de la Romanilla, que no sabía porqué había gente a la que no le gustaba el grupo escultórico. En la pregunta estaba la respuesta: él, sencillamente, no sabía, y en lugar de molestarse en aprender ponía el listón universal justo a la altura de su ignorancia local. Es, como digo, un problema de escala.
Pero sigo pensando que se trata de la condición humana y no de la condición granadina, y que en cualquier ciudad del mundo se cometen los mismos errores y las mismas tropelías. Lo que hace que Granada sea diferente no es en sí la escala con que se mide, sino la frecuencia con que se producen los desafueros. Por la tozudez de unos y de otros, en Granada vamos a tener un tren guadiana de cercanías al que por unos barrios llamaremos metro y por otros tranvía; por la falta de un proyecto global de ciudad, cada calle de Granada es un muestrario de pavimentos, farolas y mobiliario urbano; por la idea populista de progreso quieren transformar los bulevares del Paseo del Salón –a la larga se verá– en una explanada de terrazas de verano. Aquí, socavando, han temblado los cimientos del Festival Internacional de Música y Danza, los de la Orquesta Ciudad de Granada, y asistimos en directo a la voladura de los pilares de esa joya en fondo y forma que es el Centro José Guerrero. Entre todos la mataron y ella sola se murió.