EL fútbol no es fútbol. Lo siento por el bueno de Vujadin Boskov. ¡Ojalá fuera tan sencillo! Llevo esperando este momento desde que era un mocoso con las rodillas siempre rozadas y culeras en el calzón. Es curioso: a lo largo de mi vida he escrito el borrador de este artículo decenas de veces, pero ahora no me sale nada. Hoy es el día y no tengo palabras. Pero sé que si hoy ganamos, ya no seremos los mismos. Habrá acabado definitivamente la verdadera transición. Quizá después haya más copas, pero no tendrán el sabor de la primera.

Hoy empieza el futuro. Creo que fue Cánovas del Castillo el que dijo que ‘español es el que no puede ser otra cosa’. Hoy es el día perfecto para enterrar esa frase lapidaria: descanse en paz. No es nacionalismo. Esto que nos está pasando no trata de patrias ni fronteras. Al contrario: es el recordatorio de lo que nos une.

A partir de hoy, ya no más aquel ‘no-gol’ que el bético Cardeñosa no le metió a Brasil en Argentina 78… Ni el ‘cozdazo’ que le soltó Tassoti a Luis Enrique en Estados Unidos-94, otro episodio nacional redundante como una obsesión. Ha sido duro llegar hasta aquí. Es el momento de acordarse de los que no lo verán, de los se quedaron en el camino: del amigo o del padre que, cada cuatro años y a pesar de la historia, se sentaban frente al televisor con la esperanza como recién salida de la tintorería.

Anécdotas como la del pulpo Paul, alias ‘predictor’, nos ayudan a rebajar la tensión, a calmar el picor que sube desde el estómago hasta el cerebro. Gracias al cefalópodo teutón nos olvidamos de que el fútbol no es un juego. ¡Qué más quisiéramos nosotros!

Parafraseando a los Ramones: ‘Ayer tu amor, hoy el mundo’.

Posdata: Mi hijo Diego –que tiene diez años y bastante más sentido común que su padre– me dijo lo siguiente para aplacar los nervios que me atenazan desde que nos convertimos en finalistas: «Papá, aquí va a pasar como en las películas: que al final siempre ganan los buenos. Y los buenos son los nuestros. Así que ‘tranqui’».