Las estadísticas siguen apuntalando una teoría de la que ya hemos hablado aquí en varias ocasiones: el rostro del delito infantil y juvenil ha experimentado un cambio muy llamativo en los últimos tiempos. Cada vez son más los niños de familias bien, como se decía antes: ahora les llaman ‘hijos de la abundancia’, que acaban delante de un fiscal o un juez de Menores por haber infringido las leyes. Aquí os dejamos un fragmento de una noticia que corrobora la existencia de esa tendencia. «En torno al 30% de los menores que en la actualidad están ingresados en centros específicos de la Consejería para la Igualdad y Bienestar Social de la Junta de Andalucía por sufrir de trastornos de conducta son ‘niños de la abundancia’ y no de familias desestructuradas o de niveles socioeconómicos y culturales bajos.
Lo ha confirmado en una entrevista con Europa Press la directora general de Infancia y Familias, Teresa Vega, quien ha explicado que de las 220 plazas que Andalucía dispone para tratar a menores con trastornos de conducta, una de cada tres aproximadamente está ocupada por menores que proceden de un ambiente familiar «formado y con una situación económica óptima o alta» pero a los que se les ha «permitido todo».
«El problema actual es la permisividad. Hasta ahora, en el sistema de protección, hemos tenido a los niños de la pobreza o a los niños cuyos padres no podían atender sus necesidades básicas por falta de recursos económicos o por falta de habilidades personales; pero ahora tenemos el resultado de los niños de la abundancia, que han tenido de todo y a los que se les ha hecho ser niños caprichosos, que lo quieren todo inmediatamente, que no tienen resistencia al fracaso ni capacidad de esfuerzo ni de compromiso», explica la directora general».