Como ya casi nadie ignorará, el Granada CF ascendió ayer a Primera División tras 35 años penando por las categorías inferiores y, en más de una ocasión, al borde de la desaparición. Don Emilio y yo, que somos futboleros, estamos felices. La ciudad es una fiesta (además, el ascenso coincide con el Corpus, las fiestas patronales de Granada). El caso es que tuve el privilegio de ver el partido del ascenso con varios antiguos jugadores del Granada C. F., un grupo de veteranos de entre 60 y 73 años. Entre ellos estaba Carolo, un señor con el pelo cano que jugaba con el Granada C. F. en la década de los 60 del siglo pasado. Cuando acabó el encuentro y ya era una realidad que el Granada volvía a estar en Primera, Carolo me enseñó un regalo que le habían hecho sus hijos: un cromo, no más grande que un sello, con el rostro del propio Carolo cuando tenía 35 años menos y vestía la camiseta del Granada. «Estos cromos venían con el azafrán en mis tiempos. No sé de dónde lo habrán sacado. Parece que hay un coleccionista en Barcelona que los tiene todos y debe venderlos… No lo sé, pero es… bonito». Mientras hablaba, Carolo miraba el minúsculo cromo con los ojos brillantes de emoción. El hombre estaba conmovido. Y los que le escuchábamos, también.
Una historia ejemplar de padres e hijos que merecía ser contada precisamente en esta página. Un saludo.