He aquí una iniciativa interesante para afrontar una situación delicada. La información es de la agencia Europa Press. «El Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid ha editado una guía con pautas para que las parejas afronten las rupturas sin dañar a sus hijos, en la que se explica qué sienten y cómo actúan los niños tras la separación de sus padres e incide en el modelo de impedir que el proceso resulte doloroso para los menores.
La guía, elaborada por el psicólogo José Manuel Aguilar Cuenca, pretende aportar unas pautas y consejos para que los padres afronten su separación «con la madurez suficiente, de manera respetuosa y asumiendo que la estabilidad de sus hijos es lo primero que hay que preservar».
La publicación, titulada ‘Ruptura de pareja. Guía para afrontarla sin dañar a los hijos’, analiza cómo cambia la vida de una familia y la de los menores tras una separación y «cómo cambian los sentimientos».
Ante esta situación, señala que «los niños tienen que tener la seguridad de que (sus padres) están con ellos y les siguen queriendo igual que siempre». «Ningún regalo, viaje o capricho puede sustituir a la necesidad que tiene el niño de sentirse cerca de sus padres», indica el Defensor.
La guía explica también las emociones de los padres y la importancia de apoyarse en familiares y amigos. Desde el primer momento se debe tener claro que los abuelos y posibles nuevas parejas también son familia y deberán asumir el rol que les corresponde.
Es importante también que los padres sepan decírselo a los menores. «Hay que contarles la verdad, con calma, sin prisas, obviando aspectos que no aportan nada y que pueden hacerles daño», ya que «lo que importa es saber que sus padres van a seguir ahí», destaca.
«Es importante transmitirles que la decisión de separarse no tiene nada que ver con el afecto que sienten por ellos y que ellos no tiene que decidir nada ni ponerse del lado de ninguno», explica el Defensor.
Las separaciones afectan de manera diferente en función de la edad. A un niño entre tres y siete años quiere estar continuamente con sus padres y expresa su malestar con rabieta o la vuelta a conductas infantiles. Entre los siete años y la adolescencia, pueden darse alianzas con uno de los progenitores y reprocharle al otro la ruptura de la convivencia. Por ello, no se debe hablar mal del otro. A partir de los catorce años pueden buscar apoyo en otras instancias que no son los padres y pueden aparecer «conductas de riesgo».