El pasado viernes, ya conté algo en Facebook, asistí a una conferencia de Ana María Buitrago, coordinadora del equipo de salud mental de la Fundación Márgenes y Vínculos, una institución que ha tratado, por orden judicial, a más de 239 adolescentes de Granada que han agredido física o psicológicamente -o ambas cosas a la vez- a sus progenitores. La experta insistió en que cada chaval agresor es un mundo, que no hay un único perfil, pero también detalló conductas paternas que pueden ayudar a crear un pequeño tirano. Por ejemplo, la excesiva permisividad, la ausencia total de límites: mucho ‘cariño’ material durante la infancia, pero ningún ‘cariño’ emocional.
Y tan mala es la excesiva permisividad como el rigor absoluto: los padres exigentes que no pasan una a sus hijos y siempre les reclaman más, y más…
Y si se mezclan ambas conductas, las posibilidades de ‘éxito’, de tener un hijo maltratador, se acrecientan. No se puede pasar de festejar todas las gracias del niño hasta los diez años y, después, con once años, cuando ya no tiene tanta gracia, prohibirle todo. Fue lo que dijo la experta y suena razonable, la verdad.