El otro día, don Emilio me contó que juzgó a un chaval que se había montado un lucrativo e ilícito negocio: robaba bicicletas a algún ciudadano -bueno, solo le dio tiempo a mangar dos antes de que lo cogieran- y luego las revendía a otros ciudadanos -que ignoraban el origen ilegal de la mercancia- a módicos precios: entre treinta y cincuenta euros, según la calidad del producto. El chaval aceptó su responsabilidad y se conformó con la petición del fiscal: una tarea en beneficio de la comunidad. El caso es que las bicicletas que robó el menor estaban aparcadas en la calle. Moraleja: «Ahora ya sabes porque yo aparco mi bici dentro del juzgado, ja, ja, ja.», me dijo el juez. Conclusión: el ladrón de bicicletas aprendió la lección, pero nosotros también. Un saludo y feliz puente para el que lo tenga.